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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¿Es obligatoria la cultura de la izquierda?

Los nuevos gobiernos municipales tienen todo el derecho a preferir un tipo de programación cultural a otra, a desmarcarse del monopolio «progresista»

Actualizada 11:10

Durante décadas, y ahí seguimos, la izquierda ha copado los galardones culturales. Repasen la lista de los Premios Nacionales. Verán que los «creadores y creadoras» progresistas golean, a veces primando a auténticas mediocridades. Resulta raro que un conservador se imponga en España en un certamen público, y lo mismo sucedía cuando gobernaba el PP. Además, debido a la discriminación positiva, también se ha vuelto mucho más difícil que un hombre gane un premio literario (conozco escritores, y no es coña, que se presentan bajo seudónimo de mujer a ver si así suena la flauta).

Los museos públicos están dirigidos casi sin excepción por comisarios «progresistas», consagrados a promover mensajes de la causa, primando las ineludibles campañas del apocalipsis climático, el feminismo politizado y la monserga LGTB. En los centros de arte contemporáneo, chatarreros costeados por el dinero público exponen su quincalla con «mensaje», obras que nadie entiende y que en el libre mercado no encontrarían comprador.

En el mundo del cine, directores «progresistas» llevan toda la vida chupando de las subvenciones con irrisorios resultados de taquilla. Pero nadie osa a plantear si hay que continuar dilapidando el dinero público en obras sin eco alguno. A la hora de la verdad resulta que el público, en su libérrima elección de mercado, acaba pagando por ver las comedias familiares de Santiago Segura, situadas en las antípodas del catecismo del izquierdismo obligatorio.

Por supuesto: en novelas, obras de teatro y películas subvencionadas se ofrece por sistema una versión sesgada de la Guerra Civil, pintando la II República como una Arcadia feliz y omitiendo, entre otros baldones, una de las mayores persecuciones religiosas de la Europa del siglo XX.

Compañías de teatro comprometidas viven directamente de la subvención. Al igual que varios músicos del muermo comprometido. Los suplementos literarios, salvo rarísimas excepciones como el de El Debate, ensalzan todos idénticos libros, que vienen a ser los que dicta aquello que para entendernos podríamos denominar «la cultura Prisa». Los periodistas culturales están casi todos hipnotizados por la supuesta superioridad moral de la izquierda (y ya ni siquiera se percatan de ello).

La universidad pública se encuentra tomada por la izquierda hasta niveles inimaginables (véase como epítome del disparate lo de la Facultad de Políticas por donde campa Iglesias). Las comunidades autónomas de todos los colores priman también a los intelectuales y artistas del bando zurdo y el nacionalismo. Recuerdo que cuando el viejo Fraga llegó al poder en Galicia, los dos santones de la literatura gallega lo ponían a parir con saña… al tiempo que seguían pidiéndole subvenciones (que por supuesto el PP de don Manuel les concedía presto). Ese complejo de la derecha ante la izquierda y el nacionalismo es el mismo mecanismo mental que acaba de llevar a la Xunta de Rueda a conceder la Medalla Castelao a una escritora de segunda división de la correcta órbita progresista-nacionalista, mientras jamás se la han dado a narradores tan sobresalientes como Xosé Carlos Caneiro o Ramón Loureiro, por el imperdonable detalle de que son conservadores y escriben también en un excelente español.

En resumen, en España la izquierda mangonea la cultura a sus anchas y no está dispuesta a renunciar a su monopolio. Tras el vuelco del 28-M, ha bastado con que dos o tres ayuntamientos hayan optado por cambiar su programación cultural y no ofrecer algunas obras que había impuesto la izquierda para que el prisismo se haya rasgado las vestiduras clamando contra tan horrible ola de «censura y cancelación». El complejo de inferioridad ante el «progresismo» es tal que algún medio de supuesta derecha ha apoyado con un editorial esa campaña de denuncia. Por supuesto también se ha sumado al clamor de la izquierda el inefable Borja Sémper, que presenta la interesante característica de que es del PSOE y no lo sabe.

Ya que tienen su oferta en tan alta estima, lo que deberían hacer los supuestos agraviados es olvidarse de la subvención y competir con sus magnas creaciones en el libre mercado. Pero ahí no rascarían bola. Sin el oxígeno público no sobrevivirían, porque lo que hacen simplemente no interesa.

Dado que no parece que las subvenciones culturales vayan a desaparecer, toca al menos hacerse unas preguntas: ¿Es obligatorio que el dinero público solo pague a artistas y obras de izquierdas? ¿Es obligatorio que los ayuntamientos y comunidades programen versiones sesgadas de la República y la Guerra Civil? ¿Es obligatorio que las administraciones públicas sufraguen la promoción más o menos explícita de la homosexualidad y la transexualidad? ¿Es obligatorio que el dinero de los impuestos de todos costeen «creaciones» que hacen escarnio del cristianismo (pues sabido es que para estos audaces ironistas lo musulmán es intocable)? ¿Es obligatorio que los gobiernos de derechas hagan la misma política cultural que ha impuesto el PSOE durante décadas?

Bajémonos del guindo, rebatamos el dogma: los ayuntamientos y comunidades del PP y Vox tienen perfecto derecho a programar un tipo de cultura diferente a la de la izquierda y a apoyar a otro tipo de creadores. Además, muy probablemente el público lo agradecerá.

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