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Enrique García-Máiquez

Contra el subconsciente

Cada vez me parece más urgente erradicar estos prejuicios que hacen muy difícil el análisis racional de las ideologías

Me hacen una entrevista por mi libro Gracia de Cristo sobre el sentido del humor y la alegría de Jesús. Hasta ahí, fenomenal. De pronto, el entrevistador me pregunta o afirma que Jesús sería muy de izquierdas. Yo tartamudeo. Quiero decir, que lo hago un poco más de lo habitual. Porque dudo entre dos respuestas. La pedante: explicar que la izquierda es un invento más de la dichosa Revolución Francesa. Antes de finales del siglo XVIII ni existía, así que no digamos en el I.

Al final me decido por la respuesta pedagógica. Le expongo que Jesús, por supuesto, tenía una gran preocupación social, se apiadaba de los pobres y de los marginados y que nadie ha hecho más por ellos, a través de su doctrina y su ejemplo y, a partir de ahí, imitándole, sus discípulos de todas las épocas. Pero eso no es «de izquierdas». Se nos ha colado en el subconsciente y ha echado hondas raíces allí que la izquierda es la que se preocupa de los desamparados y los miserables. La historia, sin embargo, se empeña en lo contrario. ¿Qué ha producido más miseria que el socialismo, capaz de hacer que falte petróleo en Venezuela, azúcar en Cuba y trigo en Rusia?

Nos hemos ido un poco lejos del tema de la entrevista, pero cada vez me parece más urgente erradicar estos prejuicios del subconsciente, que hacen muy difícil el análisis racional de las ideologías y de la actualidad política.

Un conservador no se despreocupa de las clases populares, al contrario. De hecho, su propuesta de bajar los impuestos, defender la propiedad privada, alentar la libertad y el emprendimiento, elevar la educación, privilegiar la herencia y fortalecer la familia termina siendo la que más personas arranca de la miseria. Sin embargo, cuando uno se reconoce como conservador, las cándidas almas bien pensantes te miran como al dueño de una plantación de algodón en Virginia.

También me han acusado recientemente de no amar la justicia por defender que las fronteras no se asalten ilegalmente. Yo jamás prejuzgaría el amor a la justicia del que quiere recibir en España a todos los emigrantes ilegales con los brazos abiertos. Lo tendrá. Sencillamente su método me parece poco sostenible e injusto con las personas que quieren inmigrar respetando las leyes nacionales. Lo insidioso es considerar que el buen corazón está del lado del método de papeles para todos y tonto el último.

Tampoco amo la paz, por lo visto, porque sostengo la necesidad de unas fuerzas armadas dotadas de medios y de moral, con el respaldo de la población y de sus políticos. Aquí me apoya la tradición: «Si vis pacem, para bellum», pero no el subconsciente colectivo de nuestra sociedad, mucho más de palomitas de Picasso que de helicópteros Apache.

Todo esto lo saben ustedes de sobra, lectores de El Debate. Espero que no piensen que se lo estoy contando como aquel buen sacerdote de mi infancia que nos echaba unas filípicas muy sentidas en los sermones del domingo porque la gente estaba dejando de ir a misa los domingos. ¡Nos las echaba a los que íbamos! Es un peligro de escribir en un periódico en el que lectores y columnistas comparten, en líneas generales, una manera de ver el mundo; pero no vengo a eso. Sé que ustedes lo saben, pero les empujo al debate, precisamente.

No dejemos que esos prejuicios (la solidaridad de la izquierda, la compasión de los partidarios de la emigración sin control, la paz de los pacifistas, la tolerancia de los activistas, la fe democrática de los marxistas, la ternura de los abortistas, etc.) se adueñen del marco mental. Discutan. Glosaba Eugenio d’Ors un pasaje del Libro de Tobías. Cuando éste se baña en el río parece que hay un monstruo que lo quiere devorar. El ángel Rafael le dice al aterrorizado muchacho que lo trinque por las agallas y lo arrastre a lo orilla. Tira de agallas y lo hace. Y es un pez que se comen tan ricamente. Hay que sacar, instaba d’Ors, los peces del fondo fangoso del subconsciente. A la luz del sol, son inofensivos.