Dios salve a Leonor
Pase lo que pase el 23 de julio, España necesita más Leonor y menos Sánchez, Montero, Iglesias, Díaz, Aragonés, Puigdemont, Junqueras, Otegi, Pam… Más convivencia, reconciliación y esperanza y menos rencor, confrontación y mentiras
Estos últimos cinco años, desde aquel caluroso junio de 2018 en el que un candidato socialista que había obtenido los peores resultados electorales de su partido tomó un atajo constitucional para ganar el Gobierno que había perdido en las urnas, casi nada se ha mantenido en pie. El tsunami ha sido tan devastador que aquella España, que había salido de una descarnada crisis económica, de la abdicación del Rey que le había conducido a la democracia y de un golpe separatista en Cataluña, hoy tiene arrasadas la mayor parte de las instituciones, en el mejor de los casos colonizadas por militantes del partido en el Gobierno para despojarlas de su naturaleza apolítica.
Por suerte, la más importante de todas ellas, pese a haber sufrido los mismos embates totalitarios y el desgaste producido por comportamientos internos poco ejemplares, mantiene una muy buena salud y no será porque no la hayan intentado socavar desde el mismo corazón del Estado. Es la Monarquía parlamentaria española, a cuya cabeza se halla un hombre casi coetáneo de quien esto escribe, que se formó en un colegio próximo al mío, y que siempre fue un espejo en el que mi generación se miró. Porque él iba a ser nuestro jefe de Estado, nuestro Rey, cuando ese simpático Juan Carlos I, al que tanto querían en el mundo y que coronó con bien el Tourmalet de la transición española, muriera y el chico rubio que creció con nosotros fuera coronado Rey.
La vida nos dio una sorpresa. El padre de Felipe no tuvo que morir para que su hijo llegara al trono; el viejo Monarca abdicó otro junio de 2014, tras un rosario de errores propios y de una feroz campaña populista, alentada soterradamente por el socialismo español que desde entonces olvidó su condición de partido institucional para otorgar todos los poderes a su líder, Pedro Sánchez, que ha intentado con denuedo eclipsar la labor del joven Rey, sin conseguirlo. Felipe VI ha sido mucho más ejemplar que el presidente del Gobierno, y pese a las provocaciones del Ejecutivo nunca ha perdido la condición de árbitro que le otorga la Constitución. Tras él, avanza tímidamente una joven de cara angelical, pero voz potente, oratoria profesional heredada de su madre y paso firme, tan firme que hoy ofrece más certezas que toda la clase política junta.
Sánchez ha elegido durante esta legislatura que acaba las camisetas zarrapastrosas de la CUP, los ojos de odio de Otegi y el eterno chantaje de unos delincuentes en lugar del futuro prometedor de España, encarnado en la poderosa candidez de su princesa heredera, Leonor. Aquellos son el caos, la inseguridad jurídica y el odio, mientras la Princesa de Asturias representa la estabilidad, la serenidad y la convivencia. Ella ha devuelto estos días al Estado a Cataluña, tímida pero decididamente, mientras el Gobierno ha dado por bueno que su padre acuda a esa parte de nuestro territorio furtivamente, para no pisar los callos de sus socios parlamentarios.
En el tiempo en que las feministas de boquilla levantan pancartas mientras abrevan en los pesebres que les otorgan sus machos alfa, Leonor se prepara, estudia, ejerce humildemente de discípula de los que le pueden enseñar, habla con soltura los idiomas cooficiales del país sobre el que reinará, está comprometida con la Constitución y es una chica de su tiempo, probablemente con muchos privilegios, pero con una responsabilidad colosal que seguro que le pesará frecuentemente en su adolescencia.
Leonor será reina cuando Victoria de Suecia, Isabel de Bélgica y Amalia de Holanda suban también al trono de sus naciones, todas ellas luminosas Monarquías parlamentarias de sociedades avanzadas, tan admiradas curiosamente por la izquierda española que se proclama republicana. Pase lo que pase el 23 de julio, España necesita más Leonor –una Reina a la espera como dice la prensa británica, que reinará sobre realidades cada vez más complejas– y menos Sánchez, Montero, Iglesias, Díaz, Aragonés, Puigdemont, Junqueras, Otegi, Pam… Más convivencia, reconciliación y esperanza y menos rencor, confrontación y mentiras.
En Leonor, en su verbo prometedor, en su humildad, en su confianza en el futuro, en su ejemplo de esfuerzo, en su deseo de conocer, en sus valores de respeto a los mayores, en su educación, en su sonrisa adolescente que tanto nos recuerda a la nuestra, se mece nuestro futuro. Dios salve a Leonor.