El adulto despedazó al pandillero
Feijóo solo tuvo que decir la verdad, mostrar datos, mantener la compostura y hacer las preguntas correctas para retratar a un Sánchez hundido
Pedro Sánchez llegó al debate en Atresmedia creyéndose Gary Cooper en Solo ante el peligro, pero lo terminó convertido en el célebre camarero borracho de El guateque, encarnado por Steve Franken, un actor bastante más virtuoso que nuestro alterado chiquillo al borde de un ataque de nervios.
La opinión que tiene el líder socialista de sí mismo es bastante mejor que la más aceptada en la calle: él se siente y se comporta como el sheriff del pueblo, luchando en solitario contra los forajidos, pero para el resto es el bandarra que entra al banco a robar y acaba en el pilón donde beben los cerdos.
La repentina apuesta por la democracia mediática de Sánchez resultaba inverosímil en contraste con su propio currículo, que incluye el veto y la persecución a medios de comunicación críticos; las ruedas de prensa sin preguntas salvo si vienen de los amigos; la negativa a celebrar debates en las últimas generales; la desaparición del debate del Estado de la Nación y, entre otras tropelías, el intento orwelliano de crear un «Ministerio de la Verdad», aún presente en ese engendro llamado «Estrategia Nacional contra la Desinformación» que busca acallar la crítica con la excusa de evitar los bulos, insignificantes todos al lado de los fabricados por el presidente.
Sánchez ha vendido la especie absurda de que, con este cara a cara y su ronda de entrevistas, había espacio para la remontada, pero su suerte ha estado escrita desde que en 2015 comenzara su alocada carrera kamikaze, coronada con Podemos, Bildu y ERC, los otros componentes de la banda de OK Corral.
Y desde el primer momento se vio que no: en Sánchez funciona el monólogo, no el intercambio; la filípica, no las ideas; los insultos, no los argumentos; la demagogia, no la razón; la caricatura, no el perfil; y la mentira, nunca los hechos.
Bastaba con tener en frente a un adulto, y Feijóo lo es, para que el supuesto combate entre dos pesos pesados se convirtiera en la ceremonia habitual de un padre oreando la habitación de su hijo, para disipar el olor a tigre.
Sánchez no tuvo un mal día: simplemente exhibió lo que es cuando pierde la coraza del mitin, de la entrevista lacaya, de la perorata sin réplica, de los oropeles que envuelven la bisutería barata que irrumpe cuando se le cae la careta.
Nervioso, maleducado, agresivo, sudoroso y faltón, Sánchez no decía nada cuando hablaba y no respondía a nada cuando le preguntaban, por asuntos tan troncales como sus pactos con Bildu, sus silencios con Marruecos, el espionaje de su teléfono personal, la infernal combinación de deuda pública y presión fiscal o hasta la memoria de Miguel Ángel Blanco.
Que Sánchez eligiera hablar de Txapote y del Falcon como grandes asuntos de promoción personal denota el hundimiento en directo del personaje, irreversible ya, y coloca a Feijóo más cerca que nunca de una victoria muy rotunda.
Porque despedazar así a Sánchez, que lo ponía muy fácil, probablemente le permita recuperar un buen puñado de votos de Vox y quitarle muchos más aún al PSOE, atado a un líder que se creía el Rey Sol y no fue más que el emperador desnudo del cuento.
Al final, ni Txapote va a votarle.