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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Las heroínas

Dos heroicidades simultáneas. Dos mamarrachadas de alto nivel. Dos heroínas. Dos gaznápiras. Dos mochuelas

En un alarde de heroico valor, una de las mujeres más vagas e incultas de España ha retirado la Medalla del Mérito al Trabajo al general Franco, José Luis Arrese, José León de Carranza, José María Fernández-Ladreda, José Antonio Girón de Velasco, el cardenal Enrique Pla y Deniel, Jesús Romeo Gorría, José Solís Ruiz, y al general Yagüe. Esta decisión, adoptada después de cuatro años de dudas y quebrantos, y a diez días de las elecciones generales, da a entender el nivel y la altura del coraje de Yolanda Díaz. Todos los desposeídos de la Medalla del Trabajo han fallecido, detalle que no resta valor a la medida adoptada.

Se cuenta que, en una sobremesa en El Pardo, el que era jefe del Estado, ya con ochenta años cumplidos, con gesto de infinita tristeza, adelantándose a los tiempos, comentó a sus familiares: «Lo que más me preocupa es que, después de mi muerte, me retiren la medalla del Mérito al Trabajo. Porque trabajar, he trabajado mucho en mi vida. Y también me dolería que me quitaran las insignias de oro que me concedió el Barcelona, porque gracias a mí, pudo construir su estadio y salvarse de la ruina».

La familia no pudo devolver las insignias de oro y brillantes al Barcelona, porque no las encontraron. Y me parece que lo mismo va a suceder con la Medalla del Mérito al Trabajo. Después de 43 años, con tantos nietos y mudanzas, vaya usted a saber dónde estará la dichosa medallita. Como la del cardenal Pla y Deniel, al que la hueca vaga de Fene atribuye una influencia decisiva en el Alzamiento Nacional contra el Gobierno ilegítimo de la República Soviética de España, que perdió toda su legitimidad –entre comillas–, cuando el PSOE y los comunistas dieron un golpe de Estado en 1934 después de que las derechas vencieran en las elecciones. Dícese que, en una visita a la Santa Sede, el Papa Pío XII intuyó que el cardenal Pla y Deniel pasaba por momentos de tribulación. «¿Qué le sucede, querido cardenal?»; «Santidad, que me temo, y mucho, que después de entregar mi alma a Dios, me quiten la Medalla del Mérito al Trabajo». «Vamos, vamos», apostilló el Santo Padre porque no se le ocurrió otro modo de consuelo.

Claro, que las heroicidades no siempre se culminan en soledad. La ministra Ribera, la del amor a los lobos y la ruina de los ganaderos, dio un recital pedaleado en la ciudad de sus papás, Valladolid. Voló de Madrid a Valladolid en avión o helicóptero –en avión Falcon, el piloto debe estar muy atento, porque nada más despegar hay que preparar el aterrizaje– para presidir una reunión de alto nivel climático. En el Alvia Madrid-Palencia, en 48 minutos se entra en la estación de Valladolid, pero ella quería llegar con más celeridad a la ciudad de sus papás. Por carretera viajaron los Audis de sus escoltas. Para no contaminar el aire, la ministra ordenó que mezclaran con el combustible unos pocos frasquitos de Fairy ecológico-sostenible, que actúa de detergente de las nubes. Llegó a Valladolid, fue recogida por sus escoltas, y cuando se hallaba la comitiva a menos de un kilómetro del local elegido para la chorrada ecológica-sostenible, se montó en una bicicleta eléctrica y llegó a la cita sobre la bici mientras sus escoltas le sacaban fotografías con medio cuerpo fuera de los Audi para inmortalizar el glorioso momento. Ella, hay que decirlo, pedaleaba con cierta torpeza, y como siempre va despeinada y con aspecto de higiene lejana, se despeinó más. Retornó a Madrid en avión o helicóptero soltando queroseno no contaminante gracias a los frasquitos de Fairy.

Dos heroicidades simultáneas. Dos mamarrachadas de alto nivel. Dos heroínas. Dos gaznápiras. Dos mochuelas.

Permanezco en éxtasis.