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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Maquiavelo en el callejón del Gato

Si Sánchez no es odiado y despreciado por el pueblo en general, lo que sí parece claro es que es muy débil en lo que se refiere al respeto y a la autoridad que genera

El debate entre el presidente del Gobierno y Feijóo mostró un nuevo síntoma de lo que cabría calificar como psicopatología del doctor Sánchez. La disputa no recayó sobre la dialéctica, la oratoria o las propuestas respectivas. Enfrentó más bien a la salud y a la enfermedad. También puede ser contemplado desde la perspectiva de la educación y las buenas maneras. Mal le debe de haber ido el asunto al presidente cuando sus defensores esgrimen como principal argumento de su victoria la afirmación de que la mentira nunca puede ganar un debate. Lo que es algo así como nombrar la soga en casa del ahorcado. En este sentido, el análisis político deviene casi imposible y es preciso adentrarse en los vericuetos de la clínica. No obstante, y en homenaje al pensamiento, ensayaré las siguientes consideraciones a modo de pasatiempo intelectual.

No es fácil detectar las lecturas de Pedro Sánchez. Constituyen uno de los secretos de Estado mejor guardados. Dudo que entre ellas se encuentre El príncipe de Maquiavelo, pero, nunca se sabe, acaso haya alguna presencia, parcial y esperpéntica, del escritor florentino. El capítulo XVIII se titula «De qué modo los príncipes deben cumplir sus promesas». Parece un asunto «sanchista» por excelencia. El gobernante puede ser bondadoso y clemente mientras pueda, pero ni un instante más. Debe ser bueno o aparentarlo, pero, si fuere necesario, debe entregarse al mal, y combinar la astucia y la mentira, y poseer las cualidades del zorro y del león. «Por lo tanto, un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando hayan desaparecido las razones que le hicieron prometer». Juzgue el lector si encuentra en este texto alguna relación con la conducta del presidente del Gobierno. No habla el texto tanto de mentir como de incumplir la palabra dada. Actividades, sobre todo la segunda, en las que Sánchez exhibe una maestría casi insuperable. Pero Maquiavelo advierte de que es preciso que los gobernantes sean hábiles en fingir y disimular, y en esto no ha sido un discípulo aplicado. Aunque también es cierto que por poco hábil que sea el engañador, siempre encontrará hombres que se dejen engañar. La veracidad y la justicia son virtudes que el gobernante debe poseer, pero abandonar siempre que haya necesidad.

El capítulo XIX se titula «De qué modo debe evitarse ser despreciado y odiado». La ruina de los príncipes casi siempre procede del desprecio y el odio que llega a generar su persona. Debe huir de las cosas que lo hagan odioso o despreciable. Es imprescindible que sea siempre respetado. Y es fácil transitar del respeto al amor. Cuando un príncipe es apreciado por el pueblo debe preocuparse muy poco de traiciones y conspiraciones. Eludir el odio no es tarea sencilla, ya que se puede ganar tanto con las buenas acciones como con las perversas. Las buenas acciones no vacunan contra el odio. Lo que sí protege del odio es la autoridad que pueda alcanzar el gobernante. Lo que ha de buscar es el respeto y autoridad, y huir del desprecio y del odio. Naturalmente todas estas consideraciones deben adaptarse a un régimen democrático, pero valen también para él.

No creo que pueda decirse, así, sin más, que Sánchez sea odiado y depreciado por el pueblo español, pero sí por una porción muy numerosa de él, quizá suficiente para que pierda el poder. Pero si no es odiado y despreciado por el pueblo en general, lo que sí parece claro es que es muy débil en lo que se refiere al respeto y a la autoridad que genera. Sí hay dos cosas que le favorecen, pero dudo que sean suficientes para seguir gobernando. Una es que hay españoles que votarían al PSOE, aunque su candidato anduviera a cuatro patas. La fidelidad es una virtud de la que se puede abusar. La otra se encuentra en una advertencia genial de Tocqueville. El arte de obtener y mantener el poder, antes tan complejo, se reduce en los tiempos democráticos a una única condición: amar la igualdad, o hacérselo creer así al pueblo. Pero no creo que La democracia en América se encuentre entre las lecturas predilectas de Sánchez. Maquiavelo se pasea por el callejón del Gato.