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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Telón

Sánchez se ha pasado la legislatura haciendo de oposición de la oposición y cuando llegó el momento de presentar sus logros ante la sociedad fue incapaz de hacerlo

Zapatero ganó las elecciones de 2004 con 11 millones de votos, Rajoy se impuso en 2011 con 10.866.000, Aznar en el año 2000 con 10.320.000 y Felipe González en el 1982 con 10.127.000. Todos consiguieron en algún momento un respaldo social inequívoco y todos lograron revalidar su primer mandato con una nueva victoria en las urnas. En su mejor momento, en abril de 2019, Pedro Sánchez solo consiguió siete millones y medio de votos. Ha sido el presidente con menos apoyo popular de la historia y todo indica que será el primero que no logre revalidar su mandato.

Sánchez pasará a la historia por ello, al igual que por sus pactos indigeribles, por la evanescencia de su palabra, por sus políticas divisivas y, desde el lunes pasado, por haber protagonizado el debate electoral más nefasto de la historia. El galán de la telegenia se descompuso ante los ojos atónitos de media España al primer mandoble de Feijóo y la cosa no dejó de empeorar a lo largo de la noche. Fue algo peor que un mal debate, el lunes asistimos al colapso de un trampantojo.

Jamás se ha visto a un presidente tan impotente a la hora defender su gestión a pesar de contar con toda una flota de asesores dedicados a ello. Sánchez se ha pasado la legislatura haciendo de oposición de la oposición y cuando llegó el momento de presentar sus logros ante la sociedad fue incapaz de hacerlo; por el camino de la crispación se le olvidó el objetivo principal del encargo que recibió de los ciudadanos hace cuatro años. Tanto «Aló presidente», tanta charleta con teleprompter, tanto debate descompensado y tanta alergia a las preguntas de la prensa independiente cristalizaron la noche del lunes en un naufragio humillante ante los ojos de toda España. Sin el blindaje mediático y administrativo que le ha acompañado en estos años, Sánchez se reveló en el peor momento posible como un político sin recursos, atolondrado y pueril. Su reacción posterior no ha hecho más que confirmar el diagnóstico: en vez de asumir el fracaso, pasar página y cambiar el eje de la campaña se instaló en una pataleta infantil, porfiando contra su inapelable derrota.

Algún día los españoles nos preguntaremos cómo fue posible que un político tan mediocre se encaramara al poder sin más méritos que su ambición, su acreditada falta de escrúpulos y su habilidad para generar división y sacar rendimiento de la misma. Solo la convulsión política causada por la pavorosa crisis económica de 2008 a 2012 puede explicar esa anomalía. Sánchez llegó a Moncloa como pudieron haberlo hecho Pablo Iglesias, Albert Rivera o Pablo Casado, porque hubo unos años en que la política española estuvo tan enloquecida que cualquier dislate era posible. Esa etapa probablemente quedará cancelada el próximo domingo; con Feijóo los adultos han vuelto a hacerse cargo de cotarro para tranquilidad de todos.

Sánchez no va a perder las elecciones por haber fallado en el debate. Lo del lunes pasado solo fue el corolario al fallo multiorgánico del sanchismo. La irresponsable convocatoria electoral y la absurda campaña que está protagonizando significan el último intento de huida de su fracaso como gobernante. Un presidente tan manifiestamente incapaz de defender su gestión es un presidente que nunca debió haberlo sido.