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Perro come perroAntonio R. Naranjo

El mundo de la cultura

Los maquis del cine y la música española salen de sus refugios en La Moraleja para luchar contra el fascismo: el mejor es un tal Rebordinos

Ha salido en tromba el «mundo de la cultura», expresión que en sí misma es un oxímoron: no hay nada más liberal, independiente, individual y personal que el arte, colectivizado a menudo por los mismos que, eso sí, privatizan sus ganancias.

La sobreactuación del personal en apoyo de un candidato, se llame Zapatero o Sánchez y tenga su ceja más poblada o desértica, es tan legítima como la respuesta que esa actitud merezca. Y a ello vamos.

Que defiendan al poder, porque de eso se trata por mucho que se ubiquen en una especie de Resistencia inverosímil, no debería necesitar de una hipérbole dramática del adversario: no hace falta asustar al gentío con el advenimiento del diablo para contarle que, a su entender, el bueno es el suyo.

Sobre todo porque la lucha contra el fascismo, que les tiene siempre en un sinvivir, no parece compatible con la vida que pueden llevar, con el sudor de sus talentosas frentes y, a menudo, con el dolor de riñones tributarios del resto: no se puede hablar como un maquis y vivir como un rey. Algo falla en el relato.

Almodóvar, Serrat, Ríos, Bardem, Paredes y demás partisanos merecen un reconocimiento por sus obras, y ni siquiera sus hiperventilados diagnósticos políticos borran el inmenso placer que muchas de ellas nos generan: llámenlo ingenuidad o venganza, pero van a tener que aguantarnos como clientes y patrocinadores, por muchas ganas que les entren luego de insultarnos al alba con espumarajos en la boca.

De entre todos los luchadores contra la ultraderecha que hacen luego incómodo un trabajo del que dependen miles de personas bastante más discretas en sus manifestaciones públicas, el más llamativo es el que más inadvertido ha pasado, con permiso de Alba Flores, autora de un gran éxito en las pantallas y de otro mejor en la búsqueda de subvenciones públicas.

Se trata de José Luis Rebordinos, y su apellido no es una broma, es el director del Festival de Cine de San Sebastián y propietario de la frase que más pelos de punta ha excitado en los barrios obreros de La Moraleja y Pozuelo, donde se embosca a menudo el heroico antifranquismo.

«Lo que no estoy dispuesto a aceptar, y soy muy claro, es el fascismo, y Vox lo representa. No me puedo callar desde el mundo de la cultura y creo que no deberíamos callar nadie». Eso es vivir al filo de la navaja, sin aprecio por la propia vida, dándolo todo por un ideal que ha debido costarle al pobre años de exilio en los mejores restaurantes de Donosti, en genial camuflaje para esquivar a sus perseguidores.

En el último certamen que dirige Rebordinos, que es su apellido real, la práctica totalidad de las películas que se emitieron con acento vasco, 13 largometrajes y 4 cortos, remitían al relato sobre el terrorismo que ahora escribe Bildu, o le dicta a Pedro Sánchez, el verdadero escriba de Txapote y compañía: torturas policiales, represión a Batasuna, hagiografía de Yoyes en el exilio mexicano y un repaso de la trayectoria de Gesto por la Paz, tan rotunda en el rechazo a la violencia como equidistante con las causas identitarias que la impulsaron, coparon la cartelera de Zinemaldía.

El cineasta vasco Iñaki Arteta, autor de varias películas que debieran proyectarse obligatoriamente en colegios e institutos para entender qué fue ETA y cómo sus socios van ganando ahora sin disparar una bala porque disponen del BOE, dijo en el estreno del último certamen dirigido por Rebordinos que, insisto, es su apellido real:

«Ya ha empezado el Festival de San Sebastián con alfombra roja reciclada y ecosostenible. Y las estrellas de la temporada, las socias bilduetarras del gobierno español. Ya ven, todo muy normal».

Se refería a Mertxe Aizpurúa, que en su día tituló en Egin «Ortega Lara vuelve a la cárcel» cuando fue liberado; y a Maddalen Iriarte, tan sensible al fenómeno del terrorismo como una pantera a la supervivencia de las gacelas: «El daño causado por ETA está reconocido. Justo o injusto... aquí cada uno tendrá su relato».

Las dos sonreían en esa alfombra, tan metafórica de lo que han sido estos años de sanchismo-oteguismo, que no vio aparecer a Arteta, reclamado, proyectado y premiado en algunos de los festivales más relevantes del mundo, donde su mirada ética, decente y corajuda tiene el reconocimiento que para Rebordinos no es prioritario.

Para entender qué es ETA y por qué ha vencido, basta con ver Sin libertad, El infierno vasco, Bajo el silencio o mi favorita, Contra la impunidad. No las busquen en las programaciones ni en las listas de premios de Rebordinos.

Al pobre le pilló luchando contra el fascismo imaginario y poniéndole alfombras al de verdad y no tuvo un rato para intentar dar menos vergüenza. Porque para Rebordinos, que no es apellido de pega, el peligro es Arteta, no Txapote.