Todo es mentira, absolutamente todo
Existieron otros tiempos. Otros en los que entre un parque atracciones y unas elecciones generales no había confusión posible
En el París de inicio de los setenta proliferó aquella artesanía ingeniosa puesta en marcha por los «situacionistas» de Guy Débord. La técnica de lo que llamaron détournement (algo así como «vuelta del revés») se ejercía sobre los grandes cartelones publicitarios de toda la vida. Era sencilla y alegró bastante, durante unos cuantos años, los sórdidos andenes del metro. Bastaba con unas cuantas resmas de papel –si el lujo permitía que fuera papel adecuadamente impreso, miel sobre hojuelas–, cola, algún que otro instrumento de escritura, pintura en pequeñas dosis y mucho, muchísimo, ingenio. Con eso, el más inocente cartel de la más boba película de estreno podía convincentemente ser mutado en un manifiesto insurreccional para la galaxia Alfa Centauro. O una doméstica publicidad de milagroso lavavajillas, en aviso sobre la inminente toma de París por despiadados robots asesinos.
La cosa era, por supuesto, perfectamente ilegal. Si el artista era pillado, le caía la multa pertinente. Si no lo pillaban, se lo había pasado pipa. Y, con él, los adormilados viandantes de cada mañana, durante las pocas horas que tardaban los servicios de limpieza en ejercer su iconoclastia. Muy equitativo: coste / beneficio. Como todo en la vida. Hacia 1973 el arte del détournement alcanzó su cima, cuando René Viénet y los chicos de Débord proyectaron en las sales parisinas una inocente película de kárate en versión original china, convenientemente «reajustada» mediante adición de subtítulos hilarantes. El resultado, bajo el sublime título de «¿Puede la dialéctica romper ladrillos?», queda como un clásico de las vanguardias de final del siglo XX.
15 de julio. 2023. Atravieso la Plaza Mayor madrileña. Tarea arriesgada: sol a plomo y nubarrones de turistas en calzón corto que reptan a ritmo de apisonadora. Sobrevivo a la doble amenaza. Busco el escape por la Puerta de Ciudad Rodrigo para escapar del enjambre. Frente a mí, el maravilloso mercado de San Miguel. Pero no es ya el de mi infancia. Es otro apeadero de turistas tomando cañas y tapitas. Lo previsto. Se me va la mirada a la izquierda, justo frente al mercado: telón publicitario de dimensiones colosales. No estaba ahí, hace unos días; eso seguro. Pero, ¿de qué demonios habla? Primero, es un misterio. Enseguida, un sospecha. Y luego, un estupor.
Fondo paradisíaco en cielo azul pálido. Una montaña rusa, de lado a lado. En el ángulo inferior derecho, la firma del anunciante: «PortAventura World. Mode to remember», y logotipo evocatorio de Joan Miró. Sobre la montaña rusa, el mensaje. En grandísima tipografía amarilla y mayúsculas, un nombre: «Pedro,». En un par de cuerpos tipográficos más bajos, también en mayúsculas y en color blanco, un titular: «este verano no lo vamos a olvidar…» Y debajo, en cuerpo más normal y minúsculas, una explicación: «Si en estas elecciones te ha tocado mesa, te regalamos una entrada. #quemetoquemesa».
Mi acompañante sonríe, displicente, ante mi tonto asombro.
–¿En qué mundo vives? Todo Madrid se ha llenado de chorradas de éstas con diversas orientaciones.
–Pero, a ver, colocar en la fachada de un edificio del centro de Madrid una lona que cubre todo un edificio debe costar una fortuna.
–Sí. Alguien la habrá pagado.
–Y no veo que nadie la esté quitando.
–¿Por qué iban a hacerlo? Lleva ahí, que yo sepa, unos cuantos días.
–Y está firmada por una empresa privada.
–Pues sí. Vete a saber si la firma será auténtica o si será otro fake particularmente ingenioso.
–¿Quieres decir que no hay manera de saber si es la publicidad comercial la que contamina el mensaje electoral o si el mensaje electoral es el que pudre la publicidad comercial? ¿No existe algo que se llama junta electoral o algo por el estilo, para controlarlo?
–¿Y a ti te importa, de verdad, eso? Además: ¿quieres decirme, por favor, qué diferencia encuentras tú hoy entre lo uno y lo otro?
Llegados ahí, me acojo a un prudente silencio. Y recuerdo que existieron otros tiempos. Otros en los que entre un parque atracciones y unas elecciones generales no había confusión posible. Pero es que yo soy viejo.