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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Yo, mí, me, conmigo

Cuarenta y ocho horas antes de que España hable, ya poco queda por decir por parte del presidente que lo será en funciones a partir del lunes

Fin de trayecto para Pedro Sánchez. Cinco años después y muchas heridas en el alma, en la economía y en la patria, las encuestas apuntan a los estertores de su aventura. Hasta que las urnas confirmen el pronóstico, el último día de campaña se puede asegurar que a Sánchez ya solo le queda el sanchismo y una remota posibilidad de seguir en el poder y otra no descartable de bloquear el Gobierno de Feijóo, si a éste no le dan los números. No le queda el PSOE, al que deja hecho un guiñapo. Ni le queda España, a la que gobierna con la desquiciante singularidad de que odia a la mitad de los españoles. Los odia porque no aplauden lo bueno que es, la inteligencia que tiene, lo bien que alimenta con dinero público a los estómagos agradecidos, lo perfectamente engrasado que tiene el Falcon y a su cohorte de amiguetes, lo mucho que le quiere Úrsula, aunque le recuerde que lo de los peajes era verdad. Ha mentido sin rubor, ha antepuesto su yo, me, mi, conmigo, como en el álbum de Sabina, al nosotros, al vosotros, al todos. No hay ningún presidente que haya sido más odiado que él, ni presidente que más se haya querido: se ha querido embustero, se ha querido cainita, se ha querido populista, se ha querido amigo de filoterroristas y separatistas, se ha querido al filo del precipicio, para si ha de caer, arrastrarnos a todos. Y se ha creído que los españoles son tontos.

Como el copiloto suicida del vuelo 9525 de Germanwings, va a los mandos de la nave y ha preferido estrellarse con 48.196.693 españoles a bordo, que entregar la licencia, los galones e irse a casa. Nos ha llevado hasta aquí, nos ha condenado a votar con 40 grados a la sombra para ver si, aplicando su estrechez de miras, los ricachones que no le quieren se quedan en el yate. No sabe que esos son los que podrán coger un avión en primera para darle su merecido en las urnas y que es al currela de Parla al que ha fastidiado su semana de chipirones y cañas en la playa, o de piscina en el pueblo. Porque él tenía que hacerlo, tenía que convertir la política española en su último escenario para representarse como el Maquiavelo que cree ser.

Es su último giro de guion para vengarse de siete millones de españoles a los que llama trumpistas y ultras, de Ana Rosa y Herrera (y de sus audiencias millonarias), del jefe de Mercadona y de los jueces que soltaron a la calle a los violadores a los que él mejoró condenas; es un odiador más que un presidente, odia porque no le votaron en mayo, odia porque ni sus compañeros le comprarían un coche usado, odia porque divide, odia porque vive en la trinchera y solo allí se reconoce. Como dice Rosa Díez, a Sánchez no hay que analizarlo, sino diagnosticarlo. Y sin ser especialista en el ramo, parecen concurrir en Su Persona tres factores de riesgo: maquiavelismo, psicopatía política y narcisismo. Con ello, ha triunfado en la política española, donde pululan buenos, regulares y malos políticos. Y luego está Pedro, hoy ligada su suerte a un puñado de separatistas y a una comunista que plancha mucho para relajarse.

Cuarenta y ocho horas antes de que España hable, ya poco queda por decir por parte del presidente que lo será en funciones a partir del lunes. Lo ha dicho todo durante cinco largos años, después de aquel día caluroso de junio de 2018 en el que resucitó tras ser defenestrado por su partido, y ganó con la ayuda de los partidos que detestan España el Gobierno que había perdido en las urnas. Esto no va de sanchismo sí, sanchismo no. Esto va del futuro de España.