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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¿Qué es una mujer?

Debido a la empanada ideológica del «progresismo» los candidatos han acabado hablando del sexo de los ángeles en lugar de sobre lo que marca el presente

Imaginemos a una familia de ilustre historia, que todavía mantiene un buen nivel de vida, pero que arrostra riesgos que comprometen su buen futuro. Están hipotecados hasta las orejas, con un pufo enorme a cuestas. El negocio del que han vivido durante varias generaciones se ha quedado obsoleto, pero se niegan a admitirlo y a buscar nuevas oportunidades en otros campos. Por último, todo lo que han cosechado con el trabajo de varias generaciones está en riesgo de perderse, porque se da la circunstancia de que los herederos no tienen hijos que puedan perpetuar la aventura familiar.

Ante esta situación tan preocupante, el patriarca y la matriarca reúnen a la familia para poner encima de la mesa los serios problemas que afrontan y buscarles posibles soluciones. Pero resulta que en lugar de abordar esos retos, la velada concluye con la familia olvidándose de lo importante y divagando acaloradamente sobre si un transexual es una mujer o no.

Pues bien, lo que acabo de exponer es más o menos lo que ha ocurrido en el debate a tres del jueves, y también lo que en cierto modo pasó en el cara a cara. Esa familia que he descrito es España:

-Tenemos una de las tasas de natalidad más bajas del mundo y la peor de la UE (tras Malta). Solo nacen 1,19 hijos por mujer y las españolas son las madres que paren a una edad más tardía (31,2 años). Un país de viejos. Lo cual equivale a un país sin futuro. Pues bien, en los debates no se han ofrecido medidas para intentar revertir esta complicada situación.

-Tenemos una deuda pública fuera de control, merced al experimento con socialistas, comunistas y separatistas. Con Sánchez somos el país de la UE que más se ha endeudado desde 2019. Solo en el primer trimestre de este año el pufo de España aumentó en 32.700 millones. La deuda pública supone el 113% del PIB (y si cae el PSOE y se levantan las alfombras llegará el susto supremo). Estamos tan empeñados que cada minuto España tiene que pagar 83.713 euros por su deuda (cinco millones a la hora). Nuestros políticos, salvo Feijóo que sí lo tocó un momento en el cara a cara, pasan de este asunto, que compromete al país, y muy especialmente a los que hoy son jóvenes. Todos los candidatos han tratado además a los votantes como si fuesen una grey infantil, ocultándoles que el sistema de pensiones es insostenible tal y como está hoy formulado y dado el funeral demográfico que sufrimos.

-Nuestros candidatos hablan a los españoles del campo, la pesca, la industria… Son políticos analógicos del siglo XX, que se niegan a ver y aceptar que el mundo ha cambiado y que el futuro económico está en la tecnología y lo digital. De las diez mayores empresas del planeta no hay ninguna que se dedique a servir cañas y alojar guiris, ni al cultivo de tomates, ni a fabricar coches. Ocho de las compañías del top 10 son firmas tecnológicas. El mundo está inmerso en una impresionante revolución en ese campo, que es donde se mueven hoy los grandes negocios (el portal inmobiliario Idealista se vendió por 1.300 millones a un fondo sueco, mientras que la capitalización bursátil de todo el grupo Prisa es de solo 382 millones). Además, la inteligencia artificial está cambiando drásticamente el panorama laboral y abriendo inquietantes debates políticos y éticos. Al tiempo, las oportunidades son inmensas para los países que se muevan rápido y bien. Pero nuestros candidatos no están ahí. No dedican a todo esto ni una palabra (por no hablar ya de la pleistocénica comunista Yolanda Díaz, que en lugar de entender que solo se puede atraer inversión y empleo con seguridad jurídica y una fiscalidad razonable, suelta muy ufana en el debate que «bajar impuestos destruiría este país»; necesita un paseo urgente por Irlanda u Holanda).

Nuestros candidatos dedicaron más tiempo a debatir qué es una mujer que a cualquiera de los asuntos anteriores. Al no tener nada que ofrecer para mejorar las condiciones de vida de lo que llaman «la gente», la izquierda se ha inventado una seudo religión «progresista» para ocupar ese vacío. Han creado un placebo de política, agitando en su nueva coctelera la fe climática y la fijación con la homosexualidad y un feminismo «queer» pasado de rosca. Con ese movimiento han desplazado el epicentro del debate político, que ya no se basa tanto en crear buenas condiciones de vida para las personas como en las batallas culturales. El resultado está a la vista: hemos asistido a unas flojas y superficiales exposiciones sobre la economía; no ha existido un debate mínimamente serio sobre el estado de la educación, palanca clave del futuro; tampoco sobre el problema demográfico, ni sobre por qué España arrastra una lacra endémica de paro y es líder perenne en Europa.

Lo que sí hubo fueron acalorados debates sobre qué es una mujer (por cierto, sin que ni Yolanda ni Abascal fuesen capaces de expresar lo obvio, que una mujer es un ser humano nacido con sexo femenino). Mientras tanto nuestro euro Peter, deprimido ante su posible derrota del domingo, se dedicaba a mirar al techo con ojos de cordero degollado y su rival veía el debate en babuchas en su casa.

En fin, apaga y vámonos.