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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Ya no es Frankenstein, es Sanchenstein

Españoles que han convalidado una política excluyente que les considera ciudadanos de segunda frente a los nacidos en el País Vasco y Cataluña. Esa es la España que ha votado a Sánchez

Sabíamos que Sánchez era capaz de todo, pero acabamos de comprobar que es una máquina electoral de matar. La amarga victoria del PP (remontada de 47 escaños y catorce escaños por encima de los socialistas) sabe peor que la dulce derrota del PSOE. Sánchez se ha presentado a las elecciones desde el poder, con todas las instituciones colonizadas, y las ha perdido. Eso es una verdad incontestable, aunque ayer volvió a mentir como si hubiera triunfado en las urnas. Pero como si las hubiera ganado porque el líder del PSOE jamás va a cumplir una regla de limpieza democrática que es dejar gobernar a la lista más votada, como le ha pedido insistentemente Felipe González. Si vuelve a gobernar el PSOE será la primera vez que lo hace el partido que ha perdido los comicios.

Génova tenía 89 escuálidos diputados y ha alcanzado 136, así que objetivamente es un gran balance, pero esto no iba de que Feijóo remontara los pésimos resultados de Pablo Casado, cuando el exlíder popular hacía oposición, pero no era alternativa. Esto iba de algo mucho más importante: de hacer historia, de acabar con un régimen que ha dado las llaves del país a los que quieren destruirla, y en su ADN está acabar con la unidad de España. Y eso no se ha logrado, en gran medida porque el trasvase de votos de izquierda previsto no ha llegado al PP y porque a Feijóo le sobró una semana de campaña; Pedro, sin embargo, logró reactivar una dinámica de perdedor, que remataba positivamente lo que orquestó aquel 29 de mayo cuando adelantó las elecciones para llevarnos a las urnas a 40 grados y con el PP y Vox negociando sus pactos. La parca participación del 70 por ciento demuestra que sabía lo que hacía.

Feijóo llegó para ser presidente, no para liderar la derecha porque para ese viaje no hacían falta las alforjas de traerse a una máquina de ganar mayorías absolutas en Galicia y quemarla aquí. Solo una remota posibilidad de que Vox, con 33 escaños, apoyara sin contrapartidas al PP (para atraer los votos del PNV, un ejemplo de traición al PP que abocó en la moción de censura contra Rajoy) y Feijóo sumara a UPN y Coalición Canaria, ambos con un acta, podrían dar una opción a la derecha para derogar el sanchismo. Pero por muy buena relación que tenga el líder popular y el lehendakari Urkullu, no parece una coalición factible, si bien con los nacionalistas vascos cualquier cosa es posible si colma sus intereses. Y en el lado de la izquierda, la aritmética daría con PSOE, más Sumar, la abstención de Puigdemont, ERC, Bildu, BNG y un partido de derecha como el PNV: es decir el Frankenstein –que ya es un Sanchenstein– tendría mayoría absoluta. Para ello, Su Sanchidad necesitará el sí expreso de Otegi. Txapote parece que sí le ha votado.

Lo más probable es que el Rey Felipe designe a Feijóo para presentarse a la investidura. Y creo que eso sería el primer paso para poner en valor la victoria con sabor a derrota de la derecha. Porque el PP no puede perder esa posibilidad de contarle a los españoles su programa de gobierno frente a la alternativa ya conocida de las políticas extremistas de Sánchez. Pero tendremos que prepararnos para un bloqueo en un sentido u otro: la cosecha del sanchismo, cuando acabó con un partido socialdemócrata como era el PSOE, era sumir la política española en una inestabilidad estructural, era imponer el no es no: ni siquiera anoche felicitó al triunfador. Esa es la perversión de nuestra democracia.

Vox ha perdido 19 escaños desde las pasadas elecciones y también tendrá que hacer su propio análisis, más allá de echarle la culpa al otro partido de la derecha, como hizo ayer Santiago Abascal, porque el objetivo común no se ha materializado. Probablemente su bajada tenga que ver con el voto útil que ha absorbido el PP, como ha ocurrido con Ciudadanos, que marchándose hizo su último servicio a España. Pero alguna autocrítica merece también el desplome, cuando ha perdido cinco escaños en Castilla y León. Por su parte, el cuarto partido y muleta de Sánchez ha sido un desastre. El planchazo –esto le gustará a Yolanda Díaz– del partido comunista, encarnado en un auténtico bluf con ondas al agua, le ha llevado a perder cuatro escaños respecto a Podemos y otros cuatro si se añade a Compromís y Más Madrid. Es decir, un desastre de la vicepresidenta que, no obstante, probablemente va a conseguir volver a serlo en el Gobierno de España: por lo tanto, misión cumplida para su futuro personal, que es lo que le importa. No obstante, los cuchillos de Pablo Iglesias e Irene Montero están ya afilados esperando su yugular política.

Creo que hemos de hacer todos una lectura profunda: los medios de comunicación, las firmas de encuestas, la opinión publicada, la ciudadanía del «Que te vote Txapote», toda esa masa crítica iba por un lado pero había una base social que, desde Castilla-La Mancha, Extremadura, La Rioja, Madrid, Murcia, Canarias, y toda España, le ha dado al PSOE un 31,86 por ciento de respaldo aun sabiendo que había acercado los presos de ETA al País Vasco, que había aliviado las penas a más de mil violadores, que había abierto la puerta de las cárceles a los golpistas catalanes, que había rebajado el delito de malversación. Aun sabiendo eso, hay españoles que le han avalado. Por tanto, esos mismos no podrán quejarse –y si lo hacen no tendrán legitimidad– si Sánchez ahora les permite un referéndum de autodeterminación, acaba con la España que conocemos, suelta a los etarras con delitos de sangre y lleva la memoria democrática a borrar nuestra historia. Españoles que han convalidado una política excluyente que les considera ciudadanos de segunda frente a los nacidos en el País Vasco y Cataluña. Esa es la España que ha votado a Sánchez.