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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Por qué la derecha no gobierna en España

Feijóo es un gran candidato, pero el PP debe entender que entre los brochazos de Vox y la falsa moderación hay un camino intermedio que debe explorar

España puede tener Gobierno en septiembre, pero no se va a poder gobernar. Ésta es la única conclusión razonable de un resultado electoral infernal que, bien mirado, tiene toda la lógica sanchista: él llegó con un gol con la mano, en fuera de juego y con el tiempo consumido; y seguirá en la Moncloa añadiendo a esa misma jugada, si hace falta, una zancadilla al árbitro y un escupitajo al portero.

Porque eso significa estar dispuesto a mantenerse en el poder gracias a un psicópata de la independencia, Puigdemont, que decidiría el nombre del presidente del país al que quiere destruir desde su guarida de prófugo en Bélgica, donde espera ser extraditado para someterse a la justicia española.

Si a esa intervención se le añade la del comunismo edulcorado de Yolanda Díaz y la triple pinza nacionalista del PNV, ERC y Bildu; solo a un kamikaze se le ocurriría aspirar a quedarse en el poder. Y ese piloto suicida es Sánchez.

Pero a nadie debe sorprenderle y, por si había alguna duda, él mismo la despejó con una más de sus vergonzosas intervenciones, contraviniendo en público la liturgia de la democracia al negarse a felicitar al vencedor de los comicios y al presentarse él mismo como propietario de escaños ajenos para completar la mayoría absoluta que las urnas no le han dado.

Sobre Sánchez hay poco que analizar, en realidad: ha hecho lo que se espera de Sánchez tras cinco años de ingeniería social para convertir a una parte de la sociedad española en su clientela subvencionada, con la espuria utilización de los recursos e instituciones públicas para consolidar una política basada en el derroche, el negocio y la supresión de facto de la democracia convencional.

Lo que hay que repensar es la alternativa, con el sosiego que exigen los tiempos pero la rotundidad que reclaman los resultados: el PP y Vox han logrado más de once millones de votos, una cifra superior a la que a Rajoy le sirvió para obtener 186 diputados en 2011.

Y no le han servido: una vez más, y van demasiadas, la capacidad de los partidos de la derecha de traducir en escaños el voto ciudadano ha sido insuficiente, lo que invita a pensar en que la derecha solo podrá gobernar si se presenta con una única formación, como el antiguo PP, que asuma el voto de liberales, conservadores, democristianos y demás sensibilidades de un abanico ideológico muy heterogéneo ya para ponerse bajo una única bandera.

Pero eso es lo que hay: la fragmentación de la izquierda es mayor y su rendimiento es menor, como demuestra la diferencia de 16 escaños entre el bloque de PP y Vox sobre el del PSOE y Sumar; pero desde 2019 el segundo tiene a su disposición el respaldo, a un precio inasumible, de todos los partidos que saben que solo lograrán su botín con un socialista en La Moncloa.

Ante eso, un muy buen candidato como Feijóo ha optado por una estrategia que, visto el resultado, no ha sido la mejor: defender la derogación del sanchismo y, a la vez, indultar al PSOE, al objeto de distanciarse de Vox en la creencia de que el votante socialista moderado le votaría a él.

Con ese discurso ha ganado, que parece olvidarse, y lo ha hecho rescatando al PP del pozo en el que cayó tras la traumática salida de Casado. Pero su amarga victoria le obliga a cambiar de registro, especialmente si al final Sánchez no logra armar una coalición ingobernable y volvemos a las urnas allá por finales de año.

Y ese registro solo puede ser uno: entender que entre hablar de feminazis, menas y moros que nos quitan el trabajo, que es el brochazo infantil de Vox; y legitimar a Sánchez por el método de tratarle como un rival legítimo y no como el peligro público que es, hay un camino intermedio: ser implacable con los hechos, contundente con las respuestas parlamentarias y judiciales y no darle tregua ni tratar con piedad a un personaje siniestro que ha hundido por completo a España, en todos los órdenes, y es capaz siempre de cualquier cosa con tal de lograr su objetivo.

Hace falta la cabeza de Feijóo, y que nadie alimente la absurda teoría del relevo después de su meritoria victoria amarga, pero hay que añadirle los huevos de Ayuso. A un macarra no se le puede vencer solo teniendo razón, modales y principios.