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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

La tentación de ir «a por Núñez»

Evidentemente Feijóo (y Vox) han fracasado en su misión, porque ahí sigue Sánchez, pero la derecha no debería empezar a hacerse el harakiri como siempre

A diferencia de la izquierda, cuyos comentaristas y allegados cierran filas pase lo que pase, la derecha tiende a hacerse el harakiri y a poner verdes a los suyos a la mínima. ¿Han visto a muchos tertulianos y medios zurdos criticando con dureza a Sánchez y Podemos cuando su torpeza legislativa sacaba a docenas de violadores a la calle, o cuando el PSOE se pegaba castañazos electorales, o cuando Sánchez se lanzó a pactar con los partidos de ETA y Junqueras? Por supuesto que no. El Orfeón Progresista calla y la prensa global silba, porque están tan convencidos de la infalibilidad de sus ideas que tienden a no admitir la crítica ni practicarla.

PSOE y Podemos han discrepado por todo lo alto en la pasada legislatura. Pero se han cuidado de no abofetearse ante los focos. Han lavado los trapos sucios en la caseta. Ni siquiera la purga salvaje de Yolanda a Irene ha provocado demasiado ruido. Sin embargo, en la derecha nunca falta el fuego amigo. En sus pagos se cumple aquello que decía el taimado e inteligente Andreotti: «En la vida hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales… y compañeros de partido».

Cuando llegó Aznar a la jefatura de Génova enseguida fue objeto de chuflas de sus hipotéticos votantes, «un Charlotín». Y cuando acabó convirtiéndose en el mejor presidente de nuestra democracia se le tachó de «soberbio», e incluso de «borde». El viejo Mariano se topó con la crítica frontal de Esperanza (el «nasty party»), de la teórica prensa amiga y hasta asistió al nacimiento de una escisión de su propio partido. Gallardón y Aguirre parecían vivir en un cuadrilátero. Cayetana casi estaba más con Riverita que con el partido por el que tenía un escaño. Casado fue devorado por Ayuso, después de que a él y a Teo les diese un ataque de cuernos contra ella. Soraya y Cospedal no se hablaban. Aznar y Rajoy, tampoco por un tiempo. Y hoy en día, Vox pone verde al PP; y a su vez el PP, que no se aclara, un día quiere bailar con Vox y otro lo pone también a pan pedir.

Es evidente que Feijóo (y Vox) han fracasado, pues la meta de su misión era echar a Sánchez y conjurar el peligro que supone para España y no se ha conseguido. Lo más a lo que pueden aspirar es a otras elecciones anticipadas (y está difícil). Pero también es cierto que Feijóo ha aumentado los votos de su partido en tres millones y ha obtenido 47 diputados más que Casado en 2019. Sánchez logró 90 escaños la primera vez que fue candidato del PSOE y en la segunda se quedó en 85. Nadie lo despellejó en la izquierda. Sin embargo, no duden que este otoño empezará en los ámbitos de la derecha un nuevo deporte: el tiro a «Núñez», como lo llaman con displicencia sus detractores, cacería que se llevará a cabo con carabinas dialécticas de todos los calibres.

Realmente hay motivos para la crítica. El principal, que en lugar de ofrecer a España un nuevo liderazgo de ideas claras y ambiciosas, este PP ofertaba gestión aseada, cumplimiento de las reglas y una actitud difusa en lo que hace a las lizas culturales y morales que separan -o deben separar- a la derecha de la izquierda. El segundo error de Feijóo es que se rodeó de un equipo sin la categoría suficiente para el calibre del envite. Ni siquiera sabíamos quién iba a ser su ministro de economía. El tercero, que manejó erróneamente la relación con Vox. Lo hizo a lo Ricky Martin: «Un pasito palante, María; un pasito patrás». Es absurdo proclamar que te da repelús un partido que sabes que necesitarás y que es cuña de tu misma madera (aserto que también sirve para Vox, que a su vez casi se aplicaba con más saña contra el PP que contra el propio sanchismo).

El cuarto error de Feijóo fue no acudir al último debate, porque la primera máxima en comunicación establece que si tú no das tu versión, otro la ofrece por ti. El quinto es no haber exigido garantías muy especiales ante unas elecciones anómalas, por su fecha y por el masivo voto por correo. Demos por hecho que todo ha sido honorable, pero siempre resultará curiosos el patinazo universal de todas las mejores firmas demoscópicas de España y el singular hecho de que el PP aventajó en las municipales al PSOE en 757.000 votos y solo dos meses después esa ventaja se ha reducido a 330.000, a pesar de que se dio por aceptado, incluso por la izquierda, que Sánchez había perdido claramente el cara a cara.

Feijóo, por lo tanto, tiene que aprender sus lecciones. España no es una comunidad autónoma, hace falta una mayor ambición programática. Pero una cosa es la necesaria crítica y otra ponerse ya a hablar de cepillarse a quien heredó un partido comatoso y lo ha puesto a caminar. Tampoco existen motivos para relevar a Abascal y Buxadé, aunque han perdido 19 de los 52 escaños que tenían. Pero también hay lecciones para ellos. Tendrán que decidir si su adversario es la coalición sanchista o el PP, porque si su enemigo son ambos me temo que al final contribuyen a la felicidad del primero. La derecha necesita calma, más pensamiento profundo y una televisión.