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El puntalAntonio Jiménez

Las urnas refrendaron al autócrata

Pasó que el PP se fio de las encuestas y dio por buenos los pronósticos demoscópicos hasta caer en el error de considerar que el partido estaba ya ganado antes del pitido final del árbitro

Como justo castigo al «caganchazo» dado en escritos y comentarios sobre el final político de Sánchez que las urnas se han negado a materializar, asumo como otros colegas el patinazo y me grabo a fuego el propósito de no creer más de lo justito, nunca jamás, en las encuestas que me (nos) llevaron a confundir deseos con realidad.

Dejemos las bolas de cristal para las pitonisas y aceptemos la mesura y la prudencia sobre los augurios como virtudes imprescindibles para los periodistas, antes de escribir, y para los políticos, antes de diseñar sus estrategias.

Que la campaña electoral de Feijóo no fue la mejor posible desde el debate con Sánchez lo saben hasta en Laponia, pero ¿cuántas decisiones se tomaron en Génova 13, condicionadas por unos tracking electorales diarios que en el peor de los casos posibilitaban hasta las ocho de la tarde del 23-J una mayoría de PP y Vox y en el mejor no descartaban, días antes, que Feijóo superara los 160 escaños?

¿Qué pasó para que todas las empresas demoscópicas marraran en sus pronósticos y no detectaran el alcance de una movilización de la izquierda que sí habían intuido en la última semana pero no con tanta intensidad como para evitar el vuelco político pronosticado?

Mientras las empresas demoscópicas analizan las causas y se lamen las heridas, pasó que el PP se fio de las encuestas y dio por buenos los pronósticos demoscópicos hasta caer en el error de considerar que el partido estaba ya ganado antes del pitido final del árbitro y que no era necesaria la presencia de Feijóo en el debate a tres con Sánchez, Díaz y Abascal, rentabilizado, sin embargo, por los dos socios de gobierno, gracias a su ausencia, y con las arremetidas contra el líder de Vox.

Pasó también que el recurrente «dóberman» y el «espantajo de la extrema derecha inflexible y podadora de derechos y libertades», representado por una alianza de PP y Vox, aireado insistentemente por Zapatero y Sánchez, impulsó a un electorado de izquierdas que en el 28-M se abstuvo o apoyó candidaturas populares, pero que durante la campaña del 23-J compró la patraña de la alerta antifascista para salvar al soldado Sánchez e impedir que Feijóo gobernara con Vox.

Pasó que a una parte de la sociedad, esos más de 7 millones de votantes socialistas, les provoca mucho alipori Vox, mientras refrenda en las urnas, sin ningún remordimiento, a un Sánchez que abraza, pacta y hace depender el Gobierno de España de partidos que quieren destruirla o representan a los otrora criminales terroristas que tanta sangre de inocentes derramaron, incluida la de muchos socialistas. ¿Donde quedan los principios de esa ciudadanía?

Pasó que donde más se activó el voto en favor de Sánchez fue en Cataluña después de que Abascal afirmara que la tensión volvería a sus calles con un gobierno de la derecha que aplicaría sin complejos el 155.

Ha sido, significativamente, el voto catalán masivo al PSC el que ha posibilitado que Sánchez pueda seguir sin hacer las maletas en la Moncloa, mejorara sus resultados del 2019 y haya evitado que Feijóo sumara una mayoría con Abascal.

El mérito de Sánchez fue explotar con éxito la impostada y supuesta involución política y social que sufriría España con el PP y Vox en el Gobierno, difundida y respaldada convenientemente por los medios «sanchistas», mientras los deméritos de Feijóo y Abascal, cada uno por su lado, fueron los de alimentar a esa prensa «sanchista» con exhibiciones innecesarias como la retirada de banderas y despliegue de lonas LGTBI de Vox; los mensajes confusos o no suficientemente explicados de Feijóo sobre la subida de las pensiones ligadas al IPC; los enredos sobre la violencia contra las mujeres o las declaraciones de Abascal sobre la vuelta de la agitación y la tensión a las calles de Cataluña.

Los votos improductivos de PP y Vox en algunas provincias, esgrimidos, sobre todo por los de Abascal, como arma arrojadiza de culpa al no alcanzarse el objetivo compartido de acabar con el «sanchismo», sólo pueden aprovecharse con la retirada en esas circunscripciones de la fuerza que menos posibilidades tenga de obtener escaños. Todo lo demás son milongas de conveniencia y justificación de parte. También en la izquierda, PSOE y Sumar, tienen el mismo problema y es la coalición comunista-populista, como Vox, la que sufre asimismo una cosecha de votos baldíos que no se traducen en escaños.

Aún así conviene recordar que el perdedor de los comicios fue Pedro Sánchez por más que en Ferraz le dieran la vuelta a la frase napoleónica sobre los muchos padres que suelen tener las victorias en contraste con la orfandad de las derrotas.

El PP y Feijóo ganaron las elecciones por 14 escaños de diferencia y más de 300.000 votos de distancia sobre el PSOE.

Más de 8 millones de españoles apoyaron a Feijóo y por respeto a esos votantes está obligado a no incurrir en el mismo error de Inés Arrimadas y someterse a una investidura del Congreso, fallida con seguridad, pero necesaria para denunciar que la alternativa a su no elección es la de otra coalición Frankenstein, liderada por Sánchez y tutelada por un delincuente, prófugo de la justicia, como Puigdemont .

En fin, como se ve, aún queda margen para que la política española, con Sánchez, siga degenerando otra legislatura más, y ahora con el refrendo de las urnas. El «autócrata» no se va.