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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Tenemos que hablar de Feijóo

El político gallego ha venido para quedarse y resulta indigno tener la más mínima duda al respecto

El líder del PP es el único candidato que, en su primer intento, ha ganado unas elecciones generales desde que Adolfo Suárez lo hiciera en 1978. Y lo ha hecho obteniendo tres millones de votos y 48 diputados más que su propio partido en 2019, un avance objetivamente sobresaliente.

Si a eso se le añade que el líder socialista no se ha beneficiado, en realidad, del desplome de Podemos, que tampoco ha alimentado a Sumar, la conclusión es positiva.

En apenas un año, el PP ha pasado de ser un partido en la lona por la traumática salida de Pablo Casado y el terremoto interior que eso provocó a ser la formación ganadora en las urnas frente a la mayor (y peor) maquinaria de poder, manipulación y trampas puesta en marcha nunca en España al servicio de un líder caracterizado por su tendencia al autoritarismo.

No está mal, tendrán que reconocer los críticos del gallego, divididos en dos bloques: los que esperaban un resultado insuficiente para elevar el tono y plantear un relevo, desde dentro y desde fuera del PP; y los que simplemente daban por supuesta la sustitución de Sánchez y se han quedado frustrados por la posibilidad más que evidente de que eso no vaya a pasar.

Mirándolo todo con la perspectiva que da una semana de reposo, tal vez el error fue colocar las expectativas demasiado altas y prescindir de la evidencia de que, desde 2015, articular una mayoría liberal y conservadora es muy difícil, la encabece quien la encabece: la alianza del PSOE con el populismo y el separatismo, unida al infernal sistema de asignación de escaños consagrado por la Ley Electoral, complican mucho la posibilidad de alternancia y colocan al centroderecha en una especie de crisis endémica.

Especialmente si, a la simple aritmética, se le añade el último ingrediente de un guiso político cocinado por Sánchez para evitar su desalojo: si al indulto al independentismo, la redención del populismo y la estigmatización de la «ultraderecha» se le suma la negativa del PSOE a entenderse con el PP, se cierra el perverso círculo para abolir la alternancia como eje del sistema democrático español.

Porque se le niega al PP la posibilidad de buscar en Vox a un aliado y, a la vez, se cierra la puerta al entendimiento con el PSOE, muy preocupado por la «ultraderecha», pero no lo suficiente como para frenarla permitiendo el gobierno de la lista más votada.

En ese contexto de persecución del adversario y blanqueamiento de los socios propios, Feijóo ha ganado a Sánchez y a todo su aparato mediático e institucional, obligándole a retratarse definitivamente: solo podrá mantener la presidencia si el partido más xenófobo de Europa vota a su favor por órdenes de un político fugado, a la espera de juicio y persistente en las intenciones que de no haber huido le hubieran llevado a la cárcel.

Aun siendo razonable la reflexión sobre los errores cometidos por Feijóo en el tramo final de la campaña y estando pendiente de resolver cuál es la mejor fórmula para relacionarse con Vox y cómo asumir, sin estridencias pero sin silencios, la batalla cultural planteada por la izquierda española; hay que pararse un poco para valorar en su justa medida el rendimiento del político gallego en las condiciones más adversas.

Y ha sido magnífico, sea o no suficiente al final para conseguir el objetivo: le queda por averiguar cómo derrotar del todo a un dirigente como Sánchez, al que todo le vale para perdurar, incluso deberle el cargo a un exterrorista, un prófugo y un golpista; pero lo haga pronto o tarde un poco más, el avance de la política adulta que representa es una buena noticia para una España infantilizada, radical y en espeluznante deterioro. Un respeto.