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El observadorFlorentino Portero

Y ahora Níger

La violencia, la corrupción y la arbitrariedad, garantizadas gracias al apoyo de Rusia y China a sus élites, aseguran un tiempo largo de inestabilidad

Los medios de comunicación nacionales e internacionales han dado amplia y profesional cobertura al golpe de Estado ocurrido en Níger, donde un general a punto de ser cesado optó por desplazar por la fuerza al presidente de la nación legítimamente elegido. Por una parte, Níger representaba uno de los enclaves de referencia para la presencia occidental en el Sahel, dirigida a consolidar Estados de derecho y al tiempo a combatir tanto el yihadismo como la delincuencia organizada. Por otra, lo ocurrido en Níger es sólo una pieza más en un teatro de operaciones en el que la República Centroafricana, Sudán, Burkina-Faso y Malí optaron por dar la espalda a Occidente y entregarse a los muy interesados brazos de Rusia y China.

Este giro estratégico se comprende por las incómodas exigencias europeas de respeto tanto al Estado de derecho como a los derechos humanos. En un estado de guerra, como el que vive la región, la tentación de eliminar, más que derrotar, al enemigo es grande, pero esos comportamientos no son bien comprendidos por los parlamentos occidentales, que tienden a condicionar la ayuda económica y militar a un comportamiento que los dirigentes locales consideran extravagante. Se cansaron de tantas exigencias y de una ayuda económica que, a su juicio, es muy limitada ante el cúmulo de necesidades que tienen frente a sí.

Rusia y China no interfieren en sus asuntos internos y los primeros, mediante la labor cotidiana de sus milicias Wagner, son ejemplares a la hora de eliminar grupos completos considerados, con mayor o menor fundamento, como opositores. El Gobierno de Moscú garantiza a los dirigentes locales seguridad y ventajas económicas. El de Pekín asume inversiones importantes con ventajas, por lo menos, para los corruptos dirigentes de cada uno de esos estados. En contraste con el discurso anticolonial con el que se quiere justificar este cambio de alianzas, la realidad es que el Sahel está pasando a depender de dos potencias expansionistas, cuyos intereses, no siempre compatibles, son contradictorios con los de aquellos estados.

Rusia busca ganar influencia en la región, ampliando el frente oriental hacia el meridional, creando así una situación límite para la solidaridad atlántica e intraeuropea. China, por su parte, trata de garantizarse el acceso a materias primas y a mercados, en el marco de su estrategia global, la «nueva ruta de la seda». Ambos estados coinciden en la voluntad de expulsarnos, de ahí su colaboración por un tiempo indefinido.

El espacio Magreb-Sahel es nuestra frontera sur, aquella en la que se hacen más patente vulnerabilidades y amenazas. Conviene, por ello, tener muy presentes las consecuencias que los efectos de la penetración ruso-china pueden tener para España, un estado partícipe de la Unión Europea y de la Alianza Atlántica, con sus respectivos acuerdos de seguridad, pero cuyos tratados no aportan la suficiente cobertura para las amenazas más importantes que penden sobre nosotros.

La media de hijos por mujer en la región está entre los seis y los siete. Sus posibilidades de encontrar un trabajo digno, que les permita casarse y formar una familia, son muy limitados. Son estados muy atrasados, con serios problemas de cohesión étnica y administraciones públicas muy frágiles. La combinación de yihadismo, crimen organizado, corrupción y violencia genera el doble efecto de desanimar la inversión extranjera y de animar la emigración hacia Europa. Para el que se queda las opciones se reducen a la miseria, integrarse en una organización terrorista o en una criminal. La violencia, la corrupción y la arbitrariedad, garantizadas gracias al apoyo de Rusia y China a sus élites, aseguran un tiempo largo de inestabilidad. Más corrientes migratorias, más crimen organizado y más yihadismo supondrán todo un reto para los estados situados al norte del Sáhara: Marruecos, Argelia, Túnez y Libia. Su estabilidad es crítica para nosotros. No podemos dar por sentado que la inestabilidad del Sahel no contagie el Magreb, aunque hasta la fecha hayan conseguido evitarlo, con la sola excepción de Libia, un estado fallido en permanente situación de guerra civil e internacional.

Estos estados pueden colaborar o no, trasladando esas presiones hacia nosotros –Portugal, España, Francia e Italia– y, en el caso de Marruecos, utilizándolas como instrumento de chantaje en un conflicto asimétrico que tiene, como objetivo final, la incorporación del Sáhara Occidental, Ceuta, Melilla, los peñones e islotes y, además, la defensa de sus intereses en la Unión Europea. Estamos ante un problema de mucho calado, que se va a mantener durante un tiempo prolongado. Veremos cambios tácticos y estratégicos, pero lo único seguro es que supondrá para nosotros una seria amenaza y que estaremos más solos de lo que nuestros acuerdos internacionales pueden dar a entender.