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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Hemos montado un país socialista

Vamos camino de que jubilados, parados y funcionarios sumen casi tanta población como los trabajadores con nómina en empresas privadas

Pasadas las elecciones, y a pesar del espinoso panorama para la investidura, Sánchez se largó al minuto de vacaciones a La Mareta, una residencia de Patrimonio Nacional en Lanzarote. Se cree que allá sigue, repantigado en la tumbona pillando color, porque el Gobierno en funciones está cerrado por descanso del personal (solo Albares tenía agenda este lunes, un acto menor). Desde su asueto, Sánchez ha subido un vídeo a Twitter donde expresa su confianza en que lo que llama «la mayoría social» se convierta en una «mayoría parlamentaria» que le permita continuar en el Falcon.

Lo de la «mayoría social» es otra mixtificación del personaje. En España lo que hay de verdad es un bloque de derecha y uno de izquierda prácticamente empatados. De hecho, PP y Vox lograron 11 millones de votos, frente a los 10,7 que sumaron PSOE y el nuevo Barbie Podemos de Yolanda. Pensándolo detenidamente, de hecho resulta extraordinario que Feijóo haya ganado las elecciones y que la suma de la derecha sea el bloque líder, porque España se ha convertido a todos los efectos en un país de mentalidad socialista.

Cuando yo era niño, allá en el convulso siglo XX, ante la pregunta de qué queríamos ser de mayores, los chavales respondíamos que astronautas, o futbolistas… Es decir, espontáneamente buscábamos lo sensacional, alcanzar metas extraordinarias. Hoy si preguntas a los críos si prefieren ser empresarios o funcionarios, la inmensa mayoría eligen la seguridad de la teta pública.

El hecho de que en España sume más votos la derecha que la izquierda es bastante insólito, porque tiene a las televisiones en su contra, porque el país se ha ido amoldado al subsidio y porque hemos alquilado al Estado nuestras responsabilidades personales. Las cifras, que nunca nos molestamos en mirar, son muy llamativas y reveladoras. En España hay 9,1 millones de pensionistas, 2,7 millones de parados reconocidos (que son más) y 2,7 millones de funcionarios. Entre jubilados, desempleados que cobran el paro y empleados públicos se alcanzan los 14,5 millones de personas. ¿Y cuántas hay trabajando en compañías privadas? Pues 18,3 millones. Es decir, si continúa esta progresión acabaremos teniendo casi a tanta gente viviendo del Estado como con nómina en la economía privada, abierta y competitiva. ¿Y cómo se llama eso? Socialismo, que es lo que tenemos.

«El Estado velará por la seguridad y continuidad en el trabajo». «La empresa habrá de informar al personal de la marcha de su producción». «Todas las formas de propiedad quedan subordinadas al interés supremo de la nación, cuyo intérprete es el Estado». «El beneficio de la empresa se aplicará con preferencia a la formación de las reservas necesarias para su estabilidad y al mejoramiento de las condiciones de trabajo y vida de los trabajadores».

Las frases anteriores no han sido extraídas de un programa de Podemos. Forman parte del Fuero del Trabajo de 1938, una de las leyes fundamentales del franquismo. El régimen de Franco fue paternalista y económicamente antiliberal, hasta su acertada apertura en sus últimos años.

Con la llegada de la democracia, esa querencia a mirar al Estado como supremo benefactor y vigía se mantuvo. La izquierda simplemente añadió más brasa fiscal y una manifiesta suspicacia hacia el empresariado, contemplado por ella como una panda de sospechosos. En paralelo, fue creciendo la nómina de españoles que cobran del Estado, al tiempo que disminuía lo que los anglosajones llaman el «grit», la garra personal, el afán por batallar en la vida para progresar por mucha que sea la adversidad.

Las generaciones de nuestros padres y abuelos trabajaron como posesos y crearon un país de propietarios. Hoy, en una capital de provincia española si has heredado un pisito de la familia y tienes un pequeño empleo puedes trampear bastante bien, porque el Estado se hace cargo de la sanidad y la educación (y en parte también del ocio) y además las familias tienen cada vez menos hijos. Esta nueva sociedad se encuentra cómoda con el PSOE y con los nuevos partidos de ultraizquierda, pues lo que les proponen encaja con su mentalidad: envidia hacia los que han prosperado, bañada en un cierto rencor social; y la idea compartida de que lo mejor para España es una suerte de igualación a la baja, donde no seamos muy pobres, pero sobre todo, donde nadie sea demasiado rico. Un país de impuestos altos, salarios bajos y servicios sociales crecientes (y probablemente impagables a medio plazo). Todo con un empresariado escaso. En el caso de los dirigentes de las grandes multinacionales, callados además como tumbas ante los avatares políticos del país y dispuestos a tragar silentes con el consenso socialdemócrata, que luego ponen a parir en sus reuniones privadas como el lastre que verdaderamente es (ahí está como prueba nuestro endémico problema de paro).

Toda esta forma de pensar está ya tan arraigada que incluso parte de la derecha la comparte y es de facto un poco socialdemócrata. Si lo meditamos, lo raro es que en España todavía queden tantos millones de votantes derechistas. Y de liberales ya ni hablo, porque abunda más el amenazado lince ibérico.