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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Gratitud canaria

No es necesario que Puigdemont le conceda el «sí». Se lo concede doña Cristina Valido, en premio y nombre de todos los desheredados, engañados, mentidos y desamparados de La Palma

Cuando el volcán cubrió de lava, cenizas y fuego la isla de La Palma, Pedro Sánchez visitaba cada semana a los palmeros, contemplaba a lo lejos la furia del volcán, prometía ayudas y viviendas a los que se habían quedado sin nada, y todas las cadenas de televisión nos pringaban de falsa bondad con imágenes abrazadoras. Pedro abrazaba a la mujer que lloraba ante la visión de su hogar arrasado, al anciano que había perdido una vida entregada al trabajo por la lengua de lava, al agricultor que le mostraba la ruina de sus plataneras… Y Sánchez besaba, abrazaba, prometía inmediatas ayudas, y con las agujetas propias del abrazo no bien entrenado, interpretaba como pocos la expresión del dolor y embarcaba en el helicóptero Súper Puma dejando entre las cenizas centenares de promesas que sabía que no se cumplirían. Y el gran helicóptero se elevaba y tomaba el rumbo hacia la isla de Lanzarote, a la Real Residencia de La Mareta, regalo del Rey Husein de Jordania al Rey Juan Carlos de España, y posteriormente, donada por el Rey desterrado al Patrimonio Nacional, es decir, a todos los españoles. En La Mareta aguardaban a Sánchez sus familiares y amigos, y éste, desconsolado, entre chapuzón y chapuzón les dibujaba con su fluida palabra la situación catastrófica de la isla arruinada.

En efecto, Sánchez visitó en numerosas ocasiones la isla de La Palma, no envió el dinero, no construyó viviendas, no cumplió con sus promesas, y casualmente, aprovechando que se hallaba a un tiro de piedra de La Mareta, disfrutaba los fines de semana de sus encantos y comodidades. Y los canarios, fundamentalmente los políticos de Coalición Canaria, siempre tan emotivos y agradecidos, guardaron en su corazón la luz permanente de la gratitud. «Dinero, no ha mandado ni un euro, pero ¡es tan cariñoso!».

La resbaladiza Ana Oramas siempre decidida a solidarizarse con el poder, ha adoptado la sabia decisión de abandonar el Congreso de los Diputados y defender los intereses de los canarios desde las instituciones insulares. Y para sustituirla en los quehaceres parlamentarios nacionales, le entregó el relevo a la señora Cristina Valido. Doña Cristina también lleva la luz permanente de la gratitud en su corazón insular. Lástima que el gran Elfidio Alonso, el fundador y creador del portentoso conjunto de «Los Sabandeños» no tenga, a sus 86 años de edad, la fuerza suficiente para componer «Las Folías de la Gratitud». Me dicen que don Elfidio sigue acompañando y actuando con su grupo, pero que lo hace a sabiendas de la importancia de su presencia. Hace años, habría condensado en una folía, una isa o un zorondongo toda su ironía y talento para embellecer la indignación con la música insuperable de su conjunto. A falta de su irónica maestría, surge de las cenizas de La Palma la gratitud desinteresada de doña Cristina Valido, que se ha manifestado dispuesta a sumarse a los separatistas catalanes, los comunistas de Díaz y los filoterroristas de EH Bildu, para que Sánchez pueda alcanzar la Presidencia del Gobierno sin precisar del «sí» de un prófugo de la Justicia. Ya no necesita el perdedor de las elecciones del apoyo positivo del ilustre «caganer» de Waterloo. Le basta y sobra con su abstención. Gratitud canaria.

A Sánchez sólo le importa él y su futuro. Y hace bien. Mientras los dos partidos de la derecha se muerden públicamente ante el pasmo de sus electores, Sánchez aprovecha cualquier trozo de basura para conformar un nuevo Gobierno socialcomunista, independentista, proterrorista, transversal, transexual, fluido y lo que le venga en gana, para seguir gozando de los placeres y los beneficios –sí, beneficios– del poder omnímodo. No es necesario que Puigdemont le conceda el «sí». Se lo concede doña Cristina Valido, en premio y nombre de todos los desheredados, engañados, mentidos y desamparados de La Palma.

Gratitud.