Úrsula, el poni Dolly y el lobo
A la presidenta de la Comisión Europea se le han curado los prejuicios ecointegristas tras un ataque de los cánidos a su granja alemana
Cuando se imponen leyes por fijaciones ideológicas, sin pensar en la realidad cotidiana de las personas y sus necesidades, el invento suele acabar mal.
En la Unión Europea, que se ha propuesto ser el oasis verde del planeta mientras los chinos abaratan su energía abriendo centrales de carbón a saco, se ha prohibido cazar lobos por razones conservacionistas. Bien está que se evite la extinción del canis lupus. Pero el problema es que esas normas se han adoptado de manera maximalista, sin excepciones. El resultado es que el lobo está yendo a más, y por supuesto ejerce acorde a su naturaleza lobuna, la de un cazador carnívoro. A día de hoy, cada año los lobos se cepillan en la UE a unos 40.000 ejemplares de ganado, que resulta que tienen unos dueños, que se han gastado una pasta en alimentar y cuidar a sus animales y esperan, con todo el derecho, lucrarse con ellos. Cierto que existen indemnizaciones, pero toca lidiar con la burocracia y no cubren todo lo que ha costado sacar adelante al bicho que se han ventilado los cánidos.
Y en estas estábamos hasta que un lobo alemán, fichado por el Estado con el nombre de GW950m, ha hecho un gran servicio al sentido común. GW950m vive en los bosques de Burgwedel, en la Baja Sajonia, y allí se ha cargado a unas sesenta reses, por supuesto sin que pueda ser abatido, pues las leyes conservacionistas lo protegen. Pero en una de sus andanzas resulta que este animoso lobo germano entró en una estupenda finca familiar de gran porte y mató a un pony a dentelladas. Y ahí todo ha empezado a cambiar. Se da la causalidad de que la dueña de la propiedad es Ursula Von der Leyen y el difunto caballito, llamado Dolly, era su poni favorito, su mascota de cabecera con la que compartía entrañables selfies. Cuentan sus allegados que lo sucedido la dejó «terriblemente afectada» y «triste». ¿Y cuál es el resultado? Pues que en una reunión esta semana con los conservadores de su región ya les ha anunciado que hay que dar «una nueva interpretación» a las leyes que prohíben estrictamente la caza del lobo, permitiendo abatirlos en aquellos territorios donde haya demasiados.
GW950m se merece una estatua que lo honre, porque le ha dado un baño de realidad a la euroburócrata, que solo ha reparado en que una ley era absurda cuando sus daños le han afectado en primera persona.
Mientras tanto, por aquí abajo seguimos bajo el ecointegrismo talibán de la ministra Teresa Ribera. En 2021, el Gobierno progresista, feminista, ecologista, superarcoíris y Bildu-friendly extendió la prohibición de cazar lobos a las regiones al norte del Duero. ¿Resultado? Los ataques al ganado se han disparado en Castilla-León, Galicia, Asturias y Cantabria, donde viven el 95 % de los lobos españoles. Pero no se puede hacer nada, porque un Gobierno fanatizado se niega a escuchar los testimonios de los ganaderos, que no piden eliminar al lobo, sino controlarlo con las batidas cinegéticas de siempre. Es el mismo mecanismo mental por el que el año próximo tendremos que pagar por circular por las autovías bajo el peregrino argumento de que así utilizaremos menos el coche y contribuiremos a luchar contra el cambio climático (los chinos tienen que troncharse).
Y a estos fenómenos, ay, ¡les han votado 10,7 millones de españoles!