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Agua de timónCarmen Martínez Castro

El cainismo no se toma vacaciones

Pedro Sánchez es un maestro en el arte de la polarización, desde su llegada a la política no ha hecho más que dividir a la sociedad en bloques irreconciliables

¡Hay que ver lo de Trump! Un candidato a la presidencia de EE.UU. procesado en tres causas distintas y ahí sigue, liderando las encuestas republicanas porque cada nuevo procesamiento es un estímulo en su campaña de victimización. Dice la progresía bien pensante que «el caso afecta al corazón de la democracia estadounidense y le obliga a mirarse al espejo». Comparto el diagnóstico y además invito a trasladarlo a nuestras cuitas domésticas. Si aplicamos a la política nacional esos mismos escrúpulos, nosotros también deberíamos mirarnos ante el espejo por un caso que afecta al corazón de nuestra democracia: tenemos como árbitro de la política española y gran elector del próximo presidente del gobierno a un golpista prófugo de la justicia. ¡Ahí es nada! La diferencia entre EEUU y España es que allí los seguidores de Trump son unos apestados mientras que aquí todo el progresismo mediático está dedicado en cuerpo y alma a normalizar esa aberración democrática que la derecha no debería dar por amortizada.

Hace un par de años ESADE publicó un informe donde explicaba que el clima de polarización política facilita un mal gobierno. El rechazo al adversario es un agente tan poderoso que nos lleva a rebajar nuestros estándares democráticos y nuestra exigencia de rendición de cuentas al gobernante. En otras palabras, con tal de que no gobierne la derecha, los votantes socialistas, que ya tragaron con Junqueras y Otegui, ahora están dispuestos a encamarse hasta con Puigdemont. Ya vendrá luego algún intelectual de la flota mediática del sanchismo a confortarles explicándoles que en realidad no se están tragando un sapo sino liderando una especie de nueva transición democrática.

Pedro Sánchez es un maestro en el arte de la polarización. Desde su llegada a la política española no ha hecho otra cosa más que dividir a la sociedad en bloques irreconciliables. Cualquier excusa le ha valido para ahondar en esa fractura: la corrupción del PP, el trifachito de Colón, la cerrazón de Albert Rivera o últimamente el miedo a Vox. Ha sabido explotar esa división sectaria con maestría y por eso se ha largado a Marruecos como si no hubiera perdido las elecciones. Está convencido de que volverá a ser investido presidente con los votos de todos los independentistas, tan rehenes de la polarización diseñada por Sánchez como los votantes de PSOE. Contra la derecha todo vale: el PNV traga con Bildu, Podemos con Yolanda Díaz, ERC con Junts, Junts con el PSC y todos hacen requiebros a Puigdemont para que no les obligue a volver a las urnas y perder aún más apoyo electoral.

Si alguna prueba faltaba sobre la estrategia deliberada de Sánchez de dividir a la sociedad española hasta niveles enfermizos, la hemos tenido esta semana con su veto al pacto entre PP y PSOE en la ciudad autónoma de Ceuta. Ni la trayectoria personal de Juan Vivas ni la importancia estratégica de la plaza ni siquiera la hipótesis tan querida para la izquierda de frenar a Vox han sido suficientes para vencer el cainismo de Sánchez, que no descansa ni en vacaciones: a la derecha ni agua. No es no. Así lleva siendo desde 2015, justo cuando el voto de la derecha se dividió.