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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Ricky Rubio y la epidemia de «salud mental»

Una de las últimas campañas de la izquierda consiste en convertir los momentos de infelicidad connaturales al ser humano en dolencias mentales

Ricky Rubio, barcelonés de 32 años con contrato en la NBA con los Cavaliers de Cleveland, es un mago del baloncesto, un base superdotado que debutó en la ACB con solo 14 años. Cobra en EE. UU. más de doce millones de dólares por campaña, amén de sus de enormes ingresos publicitarios. Ricky, que fue la figura de España cuando conquistó el Mundial de 2019, se ha dado ahora de baja para el que comenzará a final de mes. Un serio revés para la selección.

Ricky perdió a su madre en 2018, por un cáncer de pulmón, lo cual le afectó mucho. Luego sufrió dos graves lesiones de rodilla, la segunda de curación reciente. En su comunicado anuncia una retirada temporal y detalla que es «para cuidar su salud mental».

¿Sufre Ricky Rubio realmente un problema de salud mental, una enfermedad, o está atravesando una mala racha personal y anda bajo de ánimo? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que en el Occidente próspero se han disparado los supuestos casos de salud mental, hasta el extremo de que la izquierda ha convertido el problema en una de sus nuevas banderas. Se están publicando estadísticas que aseguran que «el 40% de los españoles sufren una mala salud mental». Otros estudios sostienen que cada occidental padece más de dos desórdenes psíquicos al año. Personas híper privilegiadas, como el príncipe Harry, que no da palo al agua, airean desolados sus supuestos problemas de «salud mental».

¿Se han disparado las enfermedades mentales de manera exponencial o estamos más bien ante un equívoco terminológico?

Me temo que lo que ocurre es que se está llamando «depresión» a la infelicidad de siempre, un estado por el que todos los seres humanos hemos de pasar algunas veces de modo inevitable, porque la vida está llena de agobios profesionales, desamores, conflictos con los hijos y los padres, reveses económicos, duelos, imprevistos, enfermedades… Tal es nuestra endeble condición. Lo que ocurre ahora es que la infelicidad ha pasado a medicalizarse bajo el nombre de «depresión», o «problema de salud mental».

Antaño, cuando venían mal dadas, la parroquia apretaba los dientes, se callaba y seguía adelante. Pero en esta era del victimismo y el narcisismo, donde aspiramos a eliminar toda responsabilidad personal y alquilamos al Estado y los terapeutas el timón de nuestras vidas, preferimos achacar nuestros problemas a una causa exterior o sobrevenida. Como dice el agudo psiquiatra y ensayista inglés que firma como Theodore Dalrymple, «si eres infeliz puedes revisar tu vida y ver qué falla y qué puedes hacer para mejorarla, pero si usas la palabra depresión te consideras un enfermo, al que hay que curar para devolverle su felicidad perdida».

Por supuesto que existen las enfermedades mentales, como la esquizofrenia, los trastornos bipolares o maníaco-depresivos, y deben ser tratadas con máxima diligencia y profesionalidad clínica. Pero al etiquetar cualquier bajón de la vida como un «problema de salud mental», en realidad se están banalizando los que sí lo son y requieren un atento tratamiento médico.

Me temo también que la fe cristiana lee bastante mejor la naturaleza humana que el «progresismo», que se fuma las responsabilidades personales para convertirnos a todos en unas criaturas seráficas a lo Rousseau: el hombre es bueno por naturaleza, pero la sociedad lo corrompe. La Biblia y los Evangelios sí ven nuestra frágil realidad cómo es. Señalan que el mundo es un valle de lágrimas, que somos falibles y pecadores, que aquí no existe la dicha completa y que solo la redención de Jesucristo nos concede la posibilidad de una felicidad plena después de muertos (si es que nuestras acciones nos hacen acreedores del pasaporte a la zona VIP de allá arriba). También entendió perfectamente nuestra naturaleza el viejo Will Shakespeare, que en sus dramas y comedias comprendió y compendió todos los humores humanos, sin pamplinas ni maquillajes buenistas.

Imagino que a la izquierda española el relato cristiano le parecerá un cuento pueril que toca superar. Pero a otros lo que nos parece errado, simplista y solipsista es instalarse en la quimera de que una ideología, que además se pretende la única correcta y admisible, será capaz de regenerar al hombre, cambiarlo y hacerlo feliz en la tierra. Y si la cosa no acaba de funcionar, pues nada: «problema de salud mental» y farmacopea y charlatanería psicológica new age al canto.

Por supuesto: merecen toda la atención y respeto las personas que sufren auténticos problemas de salud mental, que hasta que no encuentran un psiquiatra que da con la tecla terapéutica lo pueden pasar horriblemente mal. Pero hay que contar la historia entera de esta supuesta epidemia de «salud mental». Conozco a algún deprimido de baja que estaba tan grave que aprovechó la tesitura para completar su tesis doctoral. También he oído de casos de deprimidas de baja que en pleno sufrimiento certificado subían a su Instagram «happy» fotos haciendo turismo por el mundo adelante con una sonrisa de oreja a oreja.

Malas noticias para la izquierda: eliminar la infelicidad no es posible, aunque se le cambie el nombre por «depresión». O volviendo a Shakespeare, él ya lo explicó perfectamente en el «Rey Lear»: «Al nacer lloramos porque entramos en un vasto manicomio». Y no lo vamos a arreglar atiborrándonos de antidepresivos, aunque sí se puede sobrellevar bastante bien con gente que te quiere y a la que quieres, esperanza en lo trascendente, una vida más o menos reglada y guardando la envidia en un cajón.