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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Espinosa de los Monteros, un adiós caballeresco

Se ha ido del partido que ayudó a crear con una elegancia que ya no se estila, sin un reproche ni una concesión a la emotividad sensiblera

Cuando llevas unas vueltas en el fatigoso oficio del periodismo pocas cosas te llaman la atención, pues las películas tienden a repetirse, aunque cambien los actores. Pero este año he escuchado un testimonio que me impresionó. Tras una entrevista, Rocío Monasterio, arquitecta de 49 años, casada desde 2001 con Iván Espinosa de los Monteros, con quien tiene cuatro hijos, nos contó con visible emoción lo canutas que las habían pasado intentando promocionar sus legítimas ideas por plazas españolas complicadas para Vox. Las lluvias de adoquines y piedras llegaron a estar a la orden del día. Tal es la tolerancia de la izquierda y el separatismo hacia aquellos a los que insultan llamándoles «ultras».

Merecen admiración unas personas que han soportado tal tensión y amenazas, incluso físicas, en nombre de sus principios, unos ideales que en el fondo podrían sintetizarse en la defensa de la nación española frente al envite de los separatista y la extrema izquierda. Así que Iván Espinosa de los Monteros es acreedor de todos los respetos en esta hora en que se da de baja de la política.

Vox nace en diciembre de 2013, fruto del desacuerdo con la línea del PP de personas de ese partido, como Vidal-Quadras, Abascal y Ortega Lara. Por ahí pululaba también el empresario Iván Espinosa de los Monteros. Postulaban una línea más firme frente a los separatistas y pasos hacia la recentralización del Estado y su fortalecimiento. La chispa que les hace romper con el PP es la molicie de Rajoy ante la crecida del desafío catalán y su inhibición a la hora de gestionar el fin de ETA.

Escudado en la emergencia económica, que ciertamente existía, Rajoy convierte al PP en una aplicada máquina de gestión y pasa olímpicamente de todo lo que huela a batalla ideológica, o a fomento del patriotismo español. Un sector de la derecha se harta y da un portazo.

Espinosa, hoy de 52 años, ocupó la secretaría general de Vox entre 2014 y 2016, cuando el partido era todavía una incógnita emergente. De familia aristocrática, estudió Económicas en Icade e hizo un máster en Estados Unidos. Después se puso a trabajar, ¡y como empresario privado! Todo un alarde en una política española preñada de apparatchiks.

Probablemente el gran público reparó en Espinosa cuando en 2019, megáfono en mano en un acto de Vox, encaró a los reporteros de una de nuestras teles coloradas con voces de «¡Cuatro, no molesten!». Aquella guasa lo colocó en el mapa y supuso una manera gráfica de demostrar que se podía confrontar con el «progresismo» obligatorio sin cortarse un ápice.

En el Parlamento, Espinosa de los Monteros compuso un portavoz exigente con sus adversarios, pero siempre educado. De trato agradable, etiqueta impecable y notable sentido del humor, compartía chanzas con frecuencia con Edmundo Bal, ambos desternillándose de risa. Su fuerte era la economía y en esta legislatura marcó con datos y arte a Calviño y Yolanda. La Cámara lo echará de menos (y los españoles que quieran conocer la realidad que no cuenta el Orfeón Progresista, también). Su talante de gentleman –o mejor, de caballero español clásico– se ha dejado ver en su despedida. Ni un reproche, ni una concesión lacrimosa a la emotividad (tampoco ninguna pregunta, y habrían estado bien, porque fue un personaje relevante y el público tiene derecho a saber qué ha pasado ahí).

Los partidos evolucionan según van madurando. No es lo mismo la ilusión de los primeros peldaños que manejar una realidad ya consolidada, cuando por fin empiezas a tocar poder. El 23-J Vox perdió 19 diputados. No le fue bien y su cúpula actual ha echado balones fuera culpando al PP. Solo 16 días después, Espinosa se apea de la política activa. O lo apean, porque el grupo de Buxadé que domina ahora el partido lo había apartado del círculo de poder, lo cual es complicado de digerir para alguien seguro de sí mismo y que se auto valora, es decir, una persona orgullosa, como era el caso.

Vox es un partido bastante opaco, pero probablemente aquí se hayan enfrentado dos maneras de entender su futuro. Espinosa es un político que no habría estado demasiado incómodo en lo que era el viejo PP de Fraga y del primer Aznar, pero que no soportaba la inhibición ante la crecida separatista en la que cayó ese partido (y de la que deberá decir si quiere salir de una vez o no, porque lo de soñar todavía con camelar al PNV resulta francamente absurdo). Además, era liberal en lo económico, muy pro empresa, como todo aquel que ha tenido que buscarse los garbanzos con una compañía propia.

La cúpula actual tiene otra visión, más partidaria de un cierto paternalismo estatista con las clases medias y bajas, pues la experiencia de Meloni y Le Pen les lleva a pensar que lo que antaño se llamó la «clase obrera» puede resultar su gran caladero de votos. También están muy interesados en la línea del calvinista húngaro Orban, contrario a la tendencia federalista de la UE y defensor de una democracia iliberal y una recuperación de los valores cristianos en Europa.

Espinosa de los Monteros parecía menos enfrascado en esa batalla de las grandes ideas y más centrado en la defensa de la unidad de España y su legado y una economía abierta y bien reglada, con facilidades para los negocios. Esa vía más liberal se ha quedado fuera de juego en su partido, que no contó con él para elaborar las listas. Así que ha decidido apearse y volver al mundo privado (amén de que lo que dijo sobre que ha sufrido problemas de salud en su entorno familiar es cierto). Abascal le ha abierto la puerta del futuro y Buxadé lo ha despedido con corrección formularia. Para Vox, y para España, es mala noticia su retirada. No sobran políticos como él, y menos en el trance crítico en que estamos, al borde una segunda edición de un Frente Popular que intimida.

La disyuntiva de Vox ahora no es fácil. Es un partido necesario como vanguardia ideológica, dada la molicie que suele mostrar el PP en ese campo. Pero no se encuentra en disposición, salvo una situación de catástrofe, de llegar a la Moncloa. Está llamado a ser un importante partido bisagra. Pero, ¿bisagra de qué?

Tarde o temprano, la derecha está llamada a unirse de un modo u otro. Excepto que quieran condenarnos al «progresismo» perpetuo. Y ahí está el doloroso resbalón del 23-J como prueba, o los resultados de Navarra, con tres partidos de derechas compitiendo entre sí... para regalarle el poder al PSOE con la marca navarra del PNV y la bendición de Bildu. Habrá que buscar un punto medio entre la pureza ideológica y las matemáticas, porque a veces lo máximo puede reñirse con lo posible.