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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El bienestar del guapo asesino

Asombra el modo en que las televisiones estivales están abordando la historia de un tipo que ha confesado que mató y descuartizó a un amigo

En tiempos más inocentes y menos digitales que los de hoy, cuando cada tres minutos surge una nueva noticia, los periódicos entretenían el verano con el monstruo del Lago Ness, con algún divorcio caro de detalles morbosos, con el fichaje de algún mega astro del fútbol...

El viejo Nessie empezó a dar tumbos por el imaginario popular allá en el siglo VII, cuando una crónica de las andanzas de san Columba por Escocia contó que una vez había repelido al bravo bicho. Luego, en 1933, The Inverness Courier publicó la prueba irrefutable de la existencia del monstruo, una foto desenfocada (resultó ser el perro labrador del autor del documento). Al año siguiente, el Daily Mail puso a la criatura en órbita al aportar en su portada la evidencia definitiva: una foto en la que se veía su cuello doblado emergiendo pavorosamente de las aguas (otra imagen trucada y zafia).

Nessie ya está prejubilado. Pero siguen existiendo las serpientes de verano con que los medios entretienen las penurias del apagón de agosto. El año pasado, una de ellas fue la epidemia de casos de sumisión química con pinchazos en discotecas. Cuando se investigó en serio, nunca más se supo. Aunque la supuesta amenaza copó horas de televisión.

Al margen de la candente situación política, con un presidente derrotado que quiere gobernar con la bendición de un fugitivo y un ganador al que no le salen las cuentas, en este agosto la serpiente del verano es la historia del asesino confeso Daniel Sancho. En algunos carruseles televisivos se está contando el crimen como si fuese la juerga de un muchacho guapo con imagen de surfero musculoso que ha tenido un problemilla en la exótica Tailandia.

Daniel Sancho es un cocinero madrileño de 29 años, del que nada sabíamos, aunque viene de una ilustre saga de actores españoles: su abuelo era Sancho Gracia, el gran Curro Jiménez, y su padre es Rodolfo Sancho, con algún papel televisivo de relumbrón. Daniel tenía un amigo colombiano, el cirujano Edwin Arrieta, de 44 años, y juntos se fueron a Tailandia, a pasar unas vacaciones desde el 31 de julio al 5 de agosto, a fin de vivir la Fiesta de la Luna que se celebra en el paraíso playero de la isla de Koh Phagnan.

El día 3 de agosto, Daniel Sancho denunció la desaparición de su amigo. El día 5 fue detenido, tras confesar en un interrogatorio policial que lo había matado y descuartizado. Las pruebas son muy claras. Una cámara lo captó comprando un cuchillo, una sierra, guantes y botas de goma y productos de limpieza. Un barrendero encontró en un vertedero la pelvis e intestinos de la víctima. En el bungalow que compartían se hallaron más restos incriminatorios. Se da por probado que lo mató, no se sabe aún si por un negocio fallido o por exigencias sexuales. Lo descuartizó durante tres horas y distribuyó sus restos en catorce bolsas.

¿Es divertido? No, es un auténtico horror. Para cualquier conciencia normal la bestia que comete un crimen así no merece mayor consideración, ni ser tratado como una figura más del universo del corazón. Pero como hemos extraviado el norte asistimos a despliegues televisivos maratonianos donde se aborda la «presión emocional» que sufre el bueno de Daniel, o se preocupan sobre si es sabroso el menú en la trena tailandesa o no, o se pide «respeto ante este momento difícil» (digo yo que el «momento difícil» más bien lo estarán pasando el descuartizado y sus familiares). La diplomacia española sigue atenta a cada lance para que nuestro asesino esté bien atendido en Tailandia. Acabaremos hablando del cuidado de la «salud mental» de Daniel; denles tiempo...

Por supuesto el crimen de Tailandia es un hecho relevante, que interesa al público, por lo que los medios deben ofrecer información al respecto. Pero una cosa es eso y otra montar un circo. El asesino es presentado en las imágenes como una suerte de Brad Pitt, que recorre los escenarios del crimen en fotos que parecen sacadas de una cuenta de Instagram. El horror y la maldad más abyecta se romantizan en nombre del espectáculo. Todo es un show, que discurre en un bucle constante donde se mezcla con otras serpientes del verano frívolo.

Realmente, los carcas empezamos a echar de menos al viejo Nessie.