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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Las tetas de Amaral

Están bien, dentro de lo que cabe. Pero su exhibición responde, quizá, más a la pérdida de popularidad y empaque musical, que a la lucha para defender la libertad de las mujeres, que hoy en día, son muchísimos más libres que los hombres

Amaral, que según parece es una cantante, ha actuado a pecho descubierto en un concierto «para que no nos quiten la libertad a las mujeres». Una tontería. Sobreactuación y postureo. Como si los hombres, cantantes o no, para que no nos quiten la libertad, salimos a la calle en calzoncillos. Josefina Baker se desnudó mientras cantaba. Y viviendo Franco, en muchas playas del Mediterráneo, preferentemente en Ibiza, Formentera, Mallorca y Menorca, las mujeres se ponían en las playas en porretas para tomar el sol, no para reivindicar la libertad, que en ese aspecto, la tenían garantizada. A mí, particularmente, la desnudez playera se me antoja natural, asumible, y hasta ovacionable siempre que el desnudo de una mujer reúna las mínimas condiciones estéticas. No deseo herir la sensibilidad de nadie, pero estimo que un desnudo playero de Cristina Almeida o de Pam puede originar más trastornos en el cambio climático que la entrega a la mar, derretida, de la mitad del glaciar Perito Moreno.

Si el pecho de una mujer es elegante, bonito, bien puesto y firme en su sostenimiento, mostrarlo nada tiene reivindicativo-social, y mucho de avanzada coquetería. Nada más machista que enseñar los pechos. Me atrevería a establecer, en el caso de formar parte del poder político, que en las playas de España, desde las gerundenses a las guipuzcoanas pasando por las insulares canarias y baleares, sin olvidar las de Ceuta y Melilla, que además de preparados grupos de salvamento y asistencia médica de urgencias, se instituyera el imprescindible COVT –Cuerpo Oficial de Vigilancia de Tetas–, dependiente de los poderes autonómicos, y cuyo fin no sería otro que autorizar o advertir de sanción a las mujeres con el pecho desnudo según las características de sus mostradas domingas.

–Señora, con todo nuestro respeto y de acuerdo a la Ley 678/23 publicada en el Boletín Oficial de esta Autonomía, tiene usted 15 minutos para cubrir sus pechos. De no hacerlo, tendrá que abonar 45,60 euros de sanción, bien al contado, bien con tarjeta, bien con la aplicación del móvil, o entregando en depósito de garantía a esta autoridad, la sombrilla, la nevera y el cocodrilo hinchable.

Porque del mismo modo que abundan los desnudos magníficos, sugerentes o mínimamente aceptables, también son frecuentes los agresivos a la vista, los desmoronados y los rayanos con la delincuencia contemplativa. Si lo que se pretende es llevar a cabo con dignidad un acto machista, hay que hacerlo con los mimbres adecuados para concluir la cesta.

Los pechos de Amaral están bien, dentro de lo que cabe. Pero su exhibición responde, quizá, más a la pérdida de popularidad y empaque musical, que a la lucha para defender la libertad de las mujeres, que hoy en día, son muchísimos más libres que los hombres. El género masculino se ha convertido en un objetivo a fulminar, y nuestra libertad está vigilada bajo la lupa del feminazismo. En mi caso, sin problemas. En verano, jamás voy a las playas, ni paseo por ellas, ni miro a nadie y nadie me mira. Pero hay que decirle a la señorita Amaral que si pretende, por cantar semidesnuda, defender la libertad de las mujeres, es más antigua que el teatro de Manolita Chen, las coplas de doña Concha Piquer, y las cartillas de racionamiento de la Segunda República. Muy antigua, y muy pesada. Desorientada en los tiempos que vive. Porque además, la libertad que está en peligro no es la de la mujer. Es la de todos los españoles, aunque ella no se haya enterado todavía.

Y es cuestión de leyes que nos amenazan la libertad a hombres y mujeres, no excusa para mostrar tetas maduras.