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El observadorFlorentino Portero

Qué Europa

No sólo hay demasiados grupos parlamentarios en el espectro del centroderecha europeo, además la diversidad en el seno de cada uno de ellos es destacable

En más de una ocasión he hecho referencia, desde esta columna, a las contradicciones y dificultades que caracterizan el día a día de la Unión Europea. Sobre sus instituciones hemos descargado responsabilidades formidables, pero los estados retienen competencias soberanas. Cuando hay un problema miramos hacia Bruselas, pero desconfiamos de sus responsables y los criticamos por defecto. Nuestros estados carecen del tamaño crítico para hacer frente a los retos de nuestro tiempo, pero la ausencia de un «pueblo europeo», como en tiempos nos recordaba Miguel Herrero, de una historia y de una geografía común, se convierte en un muro por ahora infranqueable para avanzar en la construcción de una Europa unida. La experiencia británica ha mostrado lo difícil que es la vida fuera de la Unión. Opciones menos drásticas, como la renuncia a la moneda común, en tiempos defendida por la señora Le Pen, han quedado relegadas al baúl de los malos recuerdos. Vivimos en la contradicción de sentir la necesidad de la Unión tanto como de criticarla por lo que es y por lo que no es. Como en tantas ocasiones a lo largo de la historia el mejor analista político será un psicólogo.

El próximo curso político será el último de la presente legislatura europea. En junio de 2024 seremos convocados para renovar la composición del Parlamento. El desconocimiento sobre la realidad de las instituciones europeas entre los ciudadanos es monumental, lo que lleva a votar entre el cúmulo de contradicciones descritas y las circunstancias propias de cada estado. Por mucho que nos cueste aceptarlo y entenderlo, tanto el Parlamento como la Comisión resultantes serán decisivas para nuestros intereses.

España no es diferente. Si por algo destaca es por su fidelidad a un sistema de partidos que en otros lares ya mutó. ¿Qué fue de los conservadores y socialistas en Francia? En Italia no sólo los partidos sino el sistema político entero ha sufrido cambios reseñables. Sin embargo, aun en nuestra querencia por mantener lo heredado, las señales de deterioro son también evidentes y cabe suponer que se manifestarán el próximo mes de junio.

Cuatro grupos parlamentarios se sitúan en el espacio de centroderecha europeo. No está en mi ánimo abrir un debate sobre qué son exactamente, ni sobre el sentido de la expresión centroderecha. Sólo quisiera hacer constar que un número tan alto tiene que ver tanto con la diversidad de origen, fundamentada en la geografía y la historia, como con los crecientes problemas del histórico Partido Popular Europeo para retener a sus tradicionales votantes. Lo primero es comprensible y requiere del paso del tiempo para ir conformando, gradualmente, una visión más cohesionada. Lo segundo, por el contrario, tiene que ver con la acción política, con las estrategias, o su ausencia, de los dirigentes políticos.

El caso español es particularmente ilustrativo. La combinación de relativismo y pragmatismo llevó al Partido Popular en los días de Mariano Rajoy a una dejación programática. Como también ocurrió en otros países de nuestro entorno, los populares se presentaron como el partido que sabe administrar con criterio y sentido común. Renunciaron al componente ideológico que cabe esperar de una formación política. Ni valores, ni principios… y, por consiguiente, sin una visión ilusionante de futuro. Sencillamente eran los mejores para administrar la herencia socialista. A pesar de la ya citada querencia española por mantener lo recibido surgió una escisión, Vox, que en aquellos días se interpretaba como el «PP auténtico», el que no renunciaba a sus valores y principios tradicionales. El tiempo ha transcurrido. Ambas formaciones están firmemente establecidas en sus electorados y en sus contradicciones. El PP rehúye la definición para captar votantes a su izquierda, lo que imposibilita la redacción de un programa que merezca tal nombre. Seguimos sin un proyecto nacional que vaya más allá de hacer funcionar lo que hay. El problema es que esta vocación de bombero poco tiene que ver con los retos de nuestro tiempo. Vox dejó atrás sus primeras posiciones para tantear cómo posicionarse en un espacio político, el de las nuevas derechas, que es cualquier cosa menos homogéneo. El resultado es, por ahora, pérdida de capital humano e indefinición programática.

No sólo hay demasiados grupos parlamentarios en el espectro del centroderecha europeo, además la diversidad en el seno de cada uno de ellos es destacable. Esto es normal si tenemos en cuenta el número y la gravedad de problemas ante los que nos hallamos. Pero el que sea comprensible no quiere decir que nos podamos permitir ese lujo. Lo más probable es que las próximas elecciones europeas conformen un Parlamento aún más complejo y desvertebrado que el actual. Será un ejemplo de representatividad, pero planteará un serio problema de gobernabilidad ¿Qué Comisión podrá salir de ese Parlamento? ¿Qué políticas serán capaces de llevar a cabo?