Amaral no me representa
Lo diré por última vez: que las rancias feministas de Podemos no me manipulen en beneficio de sus eslóganes más vulgares
A mí Eva Amaral no me representa. Hala, ya está dicho. Se saque el sujetador o se ponga un sayo. Estoy especialmente escamada con este empeño de las sacerdotisas del feminismo de utilizar la anatomía para reivindicarnos. Yo creí que la igualdad iba de defender nuestro cerebro, nuestra inteligencia, la masa gris al lado del hipotálamo, no nuestras glándulas mamarias. Pero está claro que estoy equivocada. Y no será porque la papisa podemita, Irene que estés en los cielos de Galapagar, no lo advirtiera hace algunos meses: «¿Por qué les dan tanto miedo nuestras tetas?». Es una pena que nadie le dijera que no, verás Irene, lo que de verdad nos dan miedo son tus leyes que sueltan a la calle por decenas a los pederastas y por centenares los libran de parte de la condena por sus atroces delitos. Nadie se lo dijo, ni el presidente del Gobierno, y aquí estamos, aguantando que una inútil siga de ministra de Igualdad en funciones.
Todo empezó cuando hace unos meses una mediocre cantante, Rigoberta Bandini, convirtió en un himno feminista, o transfeminista, como diría la inefable Montero, su canción Ay, mamá. Las Pam de la vida se apresuraron a convertir la libertad de destaparse el pecho en el más poderoso argumento contra el machismo. Eso los lunes, porque los martes nos dicen que enseñar cacha cuando a una le apetezca es cosificarse sexualmente. Así que la cosa empieza a merecer un bono de veinte sesiones de terapia con un buen psicólogo.
Esto de la taumaturgia del pecho femenino ya lo puso en práctica Rita Maestre, ofendiéndonos en nuestras creencias, semidesnuda en una capilla católica. Podía haberlo hecho en la mezquita de la M-30, compitiendo con las mujeres que llevan burka, pero decidió hacerlo en la capilla de la Complutense, que le pillaba más a mano. La cantante Amaral, con algunos discos mediocres y otros mejores, se fue al festival de Aranda, y al grito mamarracho de que se descubría por Rocío (supongo que Carrasco) y por Rigoberta, se encaramó a las portadas de los periódicos y a alguna columna despistada como esta, consiguiendo así la publicidad que sus canciones ya no le dan.
Eva no sabe, o sí, que lo subversivo era enseñarlas en los años setenta, como hizo Aurora Bautista, o Rocío Jurado (ella sí, arrojada, no su hija con el cuento de Antonio David) en pleno franquismo, o Susana Estrada ante el más tierno de nuestros alcaldes. Pretender ahora, con cincuenta tacos y en el ocaso de tu carrera, que tus pezones, dos castañas pilongas dijo Cela de los de la Benicia, son un elemento discursivo para defender a las mujeres, es bastante deprimente. Las activistas del nuevo feminismo gustan recetarnos trajes mao o marcar pecho según les interesa. Como yo me crie en un hogar liberal, nadie me ha tenido que decir nunca si debo llevar esta o aquella prenda o lucir más o menos.
Lo diré por última vez: que las rancias feministas de Podemos no me manipulen en beneficio de sus eslóganes más vulgares. Y que Amaral se ponga a lo suyo, a hacer buenas canciones y no a cosificarse en la sociedad del espectáculo, que de esto va su gesto, donde todo es mercancía. Sus tetas no son mi libertad. Seamos claros, lo que realmente defiende el feminismo de Eva e Irene es otra teta, la del Estado, de la que la segunda vive hasta el momento como pachá. Señoras y señoritas feministas, mujeres todas, no luzcan tanto sus cuerpos y deslúmbrenos con sus ideas. Sean ustedes Godivas de pelo en pecho (cúbranse con sus melenas) y paséense sobre sus corceles por toda España a ver si así el filibustero que nos gobierna nos baja los impuestos cuando Puigdemont le dé la llave de Moncloa. Yo eso lo aplaudiría, aunque tuviera que encerrarme en casa.