Todos, todas… y Rubiales
Sánchez no dijo ni mu ante el calvo de la Federación: le vio, le apretó la mano y solo le faltó besarle
El lenguaje corporal dice más de nosotros que nosotros mismos. Aitor Esteban entró a ver al Rey como si se hubiera clavado algo espinoso en el tracto intestinal, quizá un aizcolari de Bildu; sonreía como al ver a la suegra en la taberna del pueblo y saludaba estirando el brazo más allá de su capacidad anatómica, como si no le importara descoyuntarse un poco con tal de mantener la distancia peneuvista habitual, que es la misma entre ellos y el Rey que entre ellos y ETA.
Abascal, por ejemplo, ingresó estirado en el salón donde recibe el Rey, mirando al frente con una sonrisa y dio el cabezazo justo para mostrar respeto sin arriesgarse al esguince cervical, lesión cortesana habitual en presencia de algún miembro de la Casa Real, con la única excepción de Luis Rubiales, más dado a la luxación genital si tiene cerca a una Reina o una Infanta.
Precisamente el presidente de la Federación de Fútbol, que sería un impagable secundario en una nueva entrega de Torrente o en un remake de alguna de Pajares y Esteso, nos regaló involuntariamente una prueba de quién es Sánchez en la recepción que el presidente disfuncional y en funciones dio a las campeonas del mundo.
Allí llegó el calvo federativo con gesto serio, como si fuera víctima de una persecución y no inductor de varias vergüenzas públicas en el peor momento posible.
Primero se frotó la ingle en el palco de las autoridades con Letizia y Sofía mirando; después besó en los morros a una jugadora, con ese tipo de ósculo que precede a un palmetazo en el trasero y es más propio de bares de lucecitas; más tarde insultó a todo aquel que, al ver un cerdo, dice en voz alta «cerdo». Y por último se disculpó sin creerse nada, molesto por la humillación, y a punto de soltar alguna frase con la palabra «chochitos» en el papel de sustantivo.
Con ese historial, y algún que otro caso previo de presunta corrupción, grabaciones telefónicas y negocios más oscuros que los planes de Puigdemont, se hubiera esperado una demostración feminista en directo del presidente disfuncional: retirarle el saludo, no darle la mano e, incluso, reprenderle allí mismo, delante de todas las jugadoras, con el mundo mirando.
Pero no, tras convertirse Sánchez en el profesor de feminismo de todos los hombres de España, rehuyó aplicar sus doctrinas al único hombre que tenía a tiro y las merecía como nadie: le recibió en La Moncloa como a uno más, hubo roce físico respetuoso, murmuró algo incluso y le dejó ponerse en la foto oficial con todas las campeonas.
El lenguaje corporal de Sánchez siempre oscila entre la mentira y la sobreactuación, y lo mismo le da para celebrar una victoria en las Elecciones Generales tras lograr uno de los cuatro peores resultados históricos del PSOE que para tolerar la presencia en su casa de un tipo que se rasca la entrepierna para humillar a las jugadoras inglesas y morrea a una pobrecilla para humillar a las españolas.
Cuanto más pomposo es el lenguaje, más perversas son las intenciones, decía Huxley en una reflexión que parece inspirada en Sánchez. El presidente disfuncional, que metió al Rey en un brete queriendo que lo eligiera aunque tenía menos apoyos en la vida real que en su universo mediático, dice «todos y todas», «campeones y campeonas» y «españoles y españolas» muchas veces, pero cuando tiene delante a un Rubiales o Rubialas esconde la cabeza, le da la manita y se queda a un tris del besuqueo voluntario.