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El puntalAntonio Jiménez

«Combien d´hypocrisie»

Ni Montero ha dejado el ministerio ni ha pedido perdón a las víctimas, ni Sánchez saldrá de la Moncloa por algo infinitamente más grave y trágico que el beso de Rubiales

He coincidido estos días por los predios gaditanos de Chiclana con un conocido, antiguo funcionario de la Embajada de Francia en Madrid, que habla perfectamente español pero a quien le gusta concluir en francés algunas de sus opiniones críticas sobre la situación política de nuestro país. Ambos comentamos de forma coincidente los motivos varios y suficientes para que después de cinco años al frente de la Real Federación Española de Futbol, Luis Rubiales, hubiera dejado ya el cargo, y singularmente por la zafiedad de su gesto en el palco del estadio de Sídney, junto a la Reina y la Infanta Sofía, echándose mano a la entrepierna al concluir el partido de las españolas contra las inglesas.

Rubiales, que como se sabe no ha dimitido, ha generado un debate sobre la gravedad y alcance de sus acciones como el «piquito»(así lo ha definido) a la futbolista Jenni Hermoso, en comparación con asuntos y medidas perpetradas por el «sanchismo», también en materia de igualdad y feminismo, cuya reprobación social no parece que haya sido tan contundente como la aplicada al presidente de la RFEF, cosa que mi interlocutor resumió en la frase «combien d´hypocrisie» («cúanta hipocresía»).

En efecto , hay mucha hipocresía en el hecho de exigir la dimisión de Rubiales por más justificada que es, cuando la todavía ministra de Igualdad Irene Montero, ni nadie de su equipo, jamás dimitió por perpetrar una ley que beneficia a los condenados por violación y por humillar a las mujeres víctimas de agresiones sexuales.

Ni Montero ha dejado el ministerio ni ha pedido perdón a las víctimas, ni Sánchez saldrá de la Moncloa por algo infinitamente más grave y trágico que el beso de Rubiales, por injustificado e indefendible que resulta en una persona obligada a guardar las formas y comportarse en público acorde con las exigencias del cargo institucional que desempeña.

La hipocresía es aún más evidente y se extiende a gran parte de la ciudadanía cuando aparentemente sólo se debate sobre el ósculo de Rubiales a una futbolista e importan mucho menos otros asuntos que afectan a la legalidad y a la calidad de la democracia española, como el hecho de permitirse un fraude de ley para que los independentistas que investirán a Sánchez cuenten con grupos parlamentarios propios, cosa que el reglamento del Congreso prohíbe taxativamente por no lograr ninguno de los supuestos legales para ello.

Los socialistas se ciscan otra vez en la literalidad reglamentaria de la Cámara Baja y en la legalidad, como después harán con una ley de amnistía para contentar a Puigdemont y conseguir sus apoyos. Sánchez compra con nuestros dineros a ERC y al prófugo de Waterloo haciéndoles a medida unos grupos parlamentarios que les permitirán disponer de generosos presupuestos económicos para sus diputados y asesores y más protagonismo político en los plenos y en las comisiones.

La hoja de ruta de las concesiones al separatismo y al delincuente expresidente de la Generalitat se va cumpliendo hasta concluir, con la reelección de Sánchez, en una amnistía para los delincuentes que violaron la legalidad constitucional y pusieron en riesgo la convivencia en Cataluña y el referéndum.

Asistimos a un «paripé» que no concluirá hasta finales de septiembre con el debate de la investidura fallida de Feijóo mientras Sánchez va retorciendo e interpretando en función de sus intereses, reglamentos y leyes para seguir en la Moncloa .

Pero aquí de lo que se habla es del beso de Rubiales y parece olvidarse, como dijo Martin Luther King, que lo «preocupante no es la perversidad de los malvados (que siguen a lo suyo consiguiendo sus objetivos), sino la indiferencia de los buenos» que continúan anestesiados .