Fundado en 1910
Cosas que pasanAlfonso Ussía

Euforia

Rubiales, el socialista de Motril, amigo de Pedro Sánchez, se ha visto protegido durante cinco años por su amistad con el presidente del Gobierno. Y por un eufórico beso a una futbolista que no mostró rechazo por la euforia, ha sido virulentamente atacado por la ultraprogresía a la que él pertenece

La euforia alimenta muchas tonterías, acciones estúpidas, ridículas y absurdas. Podría ahorrarme la presente confesión, pero opto por avergonzarme públicamente. Mi mujer y mis hijos estaban fuera de Madrid y vi en soledad la final de la Séptima, la del gol de Mijatovic. Cuando el árbitro, con la colaboración de su pito, señaló el fin del partido, me quité los pantalones, me puse los calzoncillos de barretina en la cabeza –quedan mejor que la barretina–, procedí a dar unos severos saltos con agilidad muelle, tropezó mi pierna izquierda con una mesa y, en condiciones dolorosísimas, asistí sin quejarme a la entrega de la Copa de Europa y a la posterior celebración sobre el terreno de juego. La Castellana se llenó de alegría. De nuevo con los calzoncillos en su lugar y los pantalones en el suyo, bajé a celebrarlo con una indisimulable cojera. Pero la euforia me durmió el dolor. Y me abracé y besé a más de una madridista eufórica, todas desconocidas, y elegidas entre la muchedumbre por su belleza. No tuve que dimitir de nada. Pasé desapercibido, y mis abrazos y besos se quedaron ahí, en mis sensaciones y en las de ellas. En España había libertad. Si alguna de las abrazadas y besadas me hubiera soltado una bofetada, me habría quedado con ella puesta y me hubiese disculpado. Pero todas me aceptaron con esa complicidad que se llama madridismo. Una me dijo: «Besas igual de bien que Mijatovic metiendo goles. ¿Cómo te llamas?». «Nicolás», respondí herido por mi mentira. «¡Hasta la Octava, Nicolás!», me gritó ella rumbo a los predios donde se hallaba su novio, mosqueadísimo. Trabajaba en una empresa de Juan Garrigues y escribía en ABC. Y seguí con mi puesto de trabajo y ABC no me retiró la colaboración. España era libre.

Rubiales, el socialista de Motril, amigo de Pedro Sánchez y presidente de la Real Federación Española de Fútbol, de muy oscura trayectoria presidencial, se ha visto protegido durante cinco años por su amistad con el presidente del Gobierno. Y por un eufórico beso a Jenni Hermoso, bella futbolista madrileña que no mostró rechazo por la euforia, ha sido virulentamente atacado por la ultraprogresía a la que él pertenece, y obligado a dimitir. Se ha negado a hacerlo. Su beso fue estúpido, grosero y aceitoso, pero nadie le pidió explicaciones cuando sus mejunjes dinerarios, sus fiestas con chicas pagadas por la Federación, sus negocios con Piqué y sus esfuerzos –solicitados por su amigo Sánchez–, por salvar al Fútbol Club Barcelona convenciendo a Infantino y Ceferin de que sería desastroso para el fútbol español que un club, que había sobornado a los árbitros durante veinte años, fuera sancionado con su ausencia en Europa durante unas temporadas. Rubiales gestionó el perdón sin ser responsable de las tropelías azulgranas, por no haber coincidido su presidencia con las remuneraciones arbitrales por medio de Negreira. Y por una mamarrachada se ha visto obligado a dimitir, y no lo ha hecho, acosado por la ira incontrolada del feminazismo patético e histérico de la retroprogresía.

Irene Montero, que no ha dimitido después de su ley gamberra que ha reducido las condenas de 1.100 delincuentes agresores sexuales y ha puesto en la calle a 120 peligrosos sádicos, se ha mostrado indignada por el beso tan inoportuno como eufórico del socialista de Motril a Jenni Hermoso. Y ahora quieren ir por Vilda, el entrenador que se mantuvo firme ante el chantaje de 15 seleccionadas, las «mapis», y que ha hecho campeona del mundo a España dejando en su casa a 12 de las amotinadas por motivos políticos y otras cositas, que todos nos figuramos. El fútbol español en manos de Rubiales, Tebas, Medina Cantalejo y Roures se había convertido en un foco infectado que sólo disponía de antibióticos para el club infectivo.

Yolanda Díaz también está indignada. Y el futbolista Isco, tan influido por los desgarros podemitas. Lo que se oye en la calle es que Rubiales es un impresentable que tendría que haber sido obligado a dimitir hace tres años, como poco. Y que ha sido perseguido por un beso a una futbolista que cambia más de opinión que el político que ha mantenido a Rubiales en su cargo.

En mi caso, dimito –por mi deleznable euforia en la noche de la Séptima–, del único cargo que mantengo en vigor. De la Secretaría General Adjunta de Besos Robados y Correspondidos a Madridistas Felices, el BRCMF.

Con mi dimisión, espero no ser detenido, enjuiciado y condenado a cadena perpetua. Que por ahí van los sueños de estas chicas.

Rubiales tendría que haber dimitido. Pero no por el beso.