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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Rubiales y sus maestros

El gobierno se ha encontrado en Rubiales la peor cuña de su misma madera. Pero el tarugo en cuestión ha resultado no ser de Vox, como dictaría el universo matrix de la progresía, sino cercano al PSOE

Rubiales salió respondón. Lo normal es que su conducta impresentable le hubiera llevado a pedir disculpas, públicas y privadas, retirarse discretamente y poner punto final cuanto antes a la astracanada en que ha convertido el triunfo de la selección femenina de fútbol. Pero él no es de esa escuela; la suya es la escuela de «mantenella y no enmendalla». La grosería que protagonizó en el palco de Sídney la repitió el viernes, ya de manera conceptual, ante la Asamblea de la Federación. Para lo bueno o para lo malo su respuesta siempre es la misma: la mano a la entrepierna a palparse su argumento de autoridad. Así ha ocurrido desde el momento en que se conoció el primero de sus muchos escándalos al frente de la Federación Española de Fútbol.

El gobierno se ha encontrado en Rubiales la peor cuña de su misma madera, un machista tan machista que ni siquiera es consciente de su condición, pero el tarugo en cuestión ha resultado no ser de Vox, como dictaría el universo matrix de la progresía, sino cercano al PSOE. Tanta movilización para evitar la llegada del machismo a las instituciones y resulta que ya estaba instalado en ellas y perpetrando todo tipo de abusos sin que nadie del gobierno feminista y progresista moviera un dedo ni para la defensa de las mujeres ni para la limpieza de la vida pública.

Tanta ha sido la tolerancia ante sus arbitrariedades y sus corruptelas que el personaje ha llegado a creerse intocable. Cada vez que fue pillado en alguna de sus muchas irregularidades Rubiales reaccionó de la misma manera: una mezcla de victimismo, chulería y desafío. Seguro que les suena de algo.

Rubiales caerá. El gobierno será implacable con él para intentar ocultar que este personaje zafio y chulesco ha sido, hasta hace unos días, su protegido. Le va a exigir todas y cada una de sus responsabilidades para disimular que aquí nadie asume responsabilidad alguna por sus errores. Ahí tienen, sin ir más lejos, a la todavía ministra Irene Montero, pidiendo la dimisión de Rubiales el mismo día en que un violador excarcelado por su ley volvió a atacar sexualmente a una mujer.

Rubiales se cree con derecho a continuar en el cargo porque la impunidad se ha convertido en la tónica habitual de la política bajo el sanchismo. Sánchez plagió su tesis, Nadia Calviño acredita la peor gestión económica de la pandemia entre los países desarrollados, Félix Bolaños acumula revolcones del Tribunal Constitucional y la ministra portavoz ha sido amonestada por la Junta Electoral, pero todos siguen en sus puestos. España se ha convertido el paraíso de la impunidad, donde los condenados son indultados, los delincuentes reescriben el Código Penal a su antojo y los golpistas fugados de la justicia se permiten decidir quién será el próximo presidente del gobierno. Rubiales solo es el alumno más tonto de la clase. No se ha enterado de que su cabeza calva está destinada a ser el chivo expiatorio para la rehabilitación pública del flequillo de Puigdemont.