Si lo dice Sánchez, aquí las vacas vuelan
Ya está todo en marcha para regalarle a Puigdemont la amnistía mientras el líder del PP ¡acepta «dialogar» con el partido del prófugo!
Hoy, en España, si lo dice Sánchez unas cuantas veces, las vacas vuelan, los lixiviados son agua de colonia y el negro es blanco (y viceversa si conviene al súper ego). Y en esas andamos con la amnistía, que será el primer pago a Puigdemont. Los medios oficialistas y los partidos de la extrema izquierda han empezado a defender la idea de que la amnistía es perfectamente constitucional, por supuesto. La campaña ya ha sido lanzada por el PSOE, el mismo partido que en marzo de 2021 tumbó en la Mesa del Congreso una propuesta de los separatistas exactamente igual a lo que ahora les exige Puigdemont.
La amnistía es constitucional. Ya, y las vacas vuelan. La Constitución ni siquiera se refiere a ella, pero en su artículo 62 establece que no se pueden conceder «indultos generales». Si la amnistía va todavía más allá que un indulto general, ¿cómo puede ser constitucional? Sánchez propone el círculo cuadrado.
Los actos delictivos deben ser objeto de un proceso penal. Son los jueces los únicos que pueden establecer la inocencia o culpabilidad y dictar sentencia con arreglo a la ley. Una amnistía pisotearía ese principio básico, como recuerdan todos los catedráticos de Derecho constitucional que no llevan adherida en la frente una pegata del PSOE o de Podemos. El Gobierno solo puede indultar caso a caso y tras la preceptiva sentencia, pero no puede amnistiar.
La amnistía «no cabe en la Constitución», zanjó en 2019, en una entrevista en la tele al rojo candente, un señor llamado Juan Carlos Campo. Era el ministro de Justicia de Sánchez, hoy colocado en el TC (donde si su jefe le ordena decir exactamente lo contrario de lo que decía, lo hará). «La amnistía está absolutamente prohibida en nuestra Constitución, porque significa que un poder, el Ejecutivo, es capaz de levantar y anular lo que ha hecho otro poder [el Judicial]». Esta explicación es de Carmen Calvo, doctora en Derecho Constitucional. Cuando lo dijo era la vicepresidenta del Gobierno de Sánchez.
Es decir: el regalo que Sánchez le quiere hacer a Puigdemont para comprar su luz verde es ilegal. Pero el PSOE y el yolandismo dan por descontado que una vez que el Gobierno, las televisiones y el prisismo se pongan a trabajar y a repetir que las vacan vuelan, el pastueño pueblo español, bien distraído con sus cañitas, su Rubiales y su Netflix, tragará una vez con el dislate jurídico.
El segundo pago, por supuesto, será alguna forma de referéndum de autodeterminación, lo cual supone también una auténtica burrada anticonstitucional. Si la Constitución proclama la indisoluble unidad de España, ¿cómo se pueden autorizar consultas que atentan directamente contra ese principio básico?
Y mientras andamos en estas, reaparece Feijóo en un castillo de Pontevedra para dar un mitin campestre y comenta que está dispuesto a «hablar» y «dialogar» con el partido de Puigdemont, un tipo que lleva seis años fugado de la Justicia española, aunque eso sí, nos dice que no aceptará sus «chantajes y subastas». Solo faltaba…
Esto es estupendo. Salvando todas las distancias, algo así como si el Duque de Wellington, en plena batalla de Waterloo, dijese a sus tropas: «Muchachos, voy a hablar y a dialogar con Napoleón. Pero tranquis, que no cederé a sus chantajes y subastas».
El punto débil de Sánchez radica en que necesita de los votos de los separatistas antiespañoles para mantenerse en el poder. ¿Con qué fuerza moral va a aprovechar Feijóo ese talón de Aquiles si él mismo se presta a dialogar con los partidos del prófugo Puigdemont y su cómplice golpista Junqueras?
El PP debería estar forjando ahora mismo un potente argumentario jurídico, político y hasta moral en contra de la amnistía y de lo que va a venir luego, que es la consulta. Se entiende que impere cierta depre al esfumarse en unas extrañas elecciones la esperada mayoría absoluta para echar a Sánchez. Pero no se entienden unos discursos de vuelo chato, con una menguada fuerza patriótica y un flojo argumentario de cara a ilusionar a los españoles con una alternativa de futuro diferente al «progresismo» obligatorio.
A Feijóo no le vendría mal un fin de semana de convivencia con Ayuso –ayer, por cierto, ausente en su bolo– y Miguel Ángel Rodríguez. Si Puigdemont se vuelve todavía más tarumba y vamos a otras elecciones, que es hoy la única esperanza para echar a Sánchez, el PP debe llegar a ellas con más alta política y más España. El corazón de los pueblos no se gana con una hoja Excel.