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Desde la almenaAna Samboal

Eternamente, Yolanda

Las cuestiones menores, las deja en manos de Feijóo y Sánchez: Marruecos y Gibraltar nos acosan, la deuda crece desbocada, los embalses no llegan a un tercio de su capacidad, la educación necesita de un pacto…

Cuando Pedro Sánchez llega al hemiciclo, ella lleva minutos esperándole. Expectante, como si no se hubieran visto desde hace meses. ¡¿Qué digo? Años! Con sonrisa de oreja a oreja, en perfecto estado de revista, se presta a envolverle en un elocuente abrazo que los fotógrafos inmortalizarán para la posteridad. O para la portadas. En poco más de un mes, desde las elecciones del 23-J, Yolanda se ha convertido en el niño del bautizo, el homenajeado en la fiesta o el muerto en el entierro. Capacidad de trabajo no puede negársele. Llega la primera y se va la última. Siempre que haya una cámara con el piloto encendido -amiga, por supuesto- está disponible.

Con su tenacidad y omnipresencia, ha dejado en ridículo no sólo al consejo de ministros, sino a los millones de funcionarios y asesores que forman parte del Gobierno. Con sólo tres personas, ha logrado hallar la fórmula pretendidamente legal para contentar las demandas de amnistía de los separatistas. Se ha tenido que retrotraer a finales del siglo XIX, pero ¡qué no daría ella para conservar el gobierno de progreso! Y ¡ojo, Bolaños!, a poco que se descuiden en Moncloa o en Ferraz, aparece con el pacto rubricado por Puigdemont y listo para la firma. Porque ella quiere hacer presidente a Sánchez de nuevo, quiere ser su vicepresidenta, la única vicepresidenta.

Vicepresidenta, ministra de Trabajo, de Cultura y Deportes, portavoz y lo que haga falta… Ella puede con todo. El impresentable comportamiento de Luís Rubiales le ha brindado la posibilidad de demostrárselo a todos los españoles. En un sólo día, ha recibido a las portavoces de los sindicatos femeninos, a la presidenta de la federación y, después, todavía le quedaban fuerzas para irse de manifestación. Que nadie ose robarle la representación de las mujeres. Allí estaba Irene Montero, reivindicando su Ley del «Sí es sí». Lo intentó, pero en balde. Ella, Yolanda, ha llenado el espacio que ha dejado su vacío. Ella, Yolanda, se hecho perdonar su decapitación política. Ella, Yolanda, se apresta ahora a revisar los salarios de las futbolistas. Los mismos salarios que aprobaron los sindicatos que representan a las jugadoras. Los mismos pactos a los que su ministerio, hace bien poco, dio el visto bueno. Si nos quedamos sin Mundial, ya se ocupará Iceta, que para eso le pagan. Encarnada en el espíritu de Escarlata O’Hara, ella, la vicepresidenta para todo, se ha marcado misiones más nobles. Ella acabará con el machismo.

Las cuestiones menores, las deja en manos de Feijóo y Sánchez: Marruecos y Gibraltar nos acosan, la deuda crece desbocada, los embalses no llegan a un tercio de su capacidad, la educación necesita de un pacto… ¿Para que extenderse con las urgencias de Estado si a la sociedad española, tan bien representada en las pantallas, no les interesan? Un barco de la Guardia Civil lleva días, atestado de inmigrantes, en deplorables condiciones, buscando un puerto en África. Pero a Yolanda todavía no le ha llegado la noticia. En esa zona, no hay cámaras.