Frodo, el hombre deconstruido y los mártires de Barbastro
La vida sobre todo es: comer y beber, descansar y pasear, siempre hacia una meta que trasciende la propia vida y que es más importante que la existencia de uno mismo
Los buenos lectores se escandalizarán si les digo que este verano solo he leído tres libros pero, para mí que soy disperso e intento pelear a diario contra las pantallas, ha sido todo un logro.
Y hoy quiero hablar precisamente de esos tres libros porque, sin ser los mejores ni los más importantes, me han enseñado tres cosas que sí son las mejores y las más importantes.
El primero ha sido El Señor de los Anillos: la comunidad del anillo. La mayor parte del libro transcurre entre almuerzos, comidas, cenas, siestas a la sombra de un árbol y cervezas en alguna posada. Y mezclada con todo ello, se desarrolla la acción. Y todos esos momentos, que en la película pasan a un segundo plano para que el espectador se recree en la acción, en la novela pasan a primerísimo plano, pues el lector pasea tranquilamente por pastos verdes, rezando para que los jinetes negros no alcancen a Frodo y respetando, siempre que sea posible, las horas de comer y de descanso.
Y es que la vida sobre todo es: comer y beber, descansar y pasear, siempre hacia una meta que trasciende la propia vida y que es más importante que la existencia de uno mismo. Una meta por la que merece la pena sacrificarlo todo, si necesario fuese. Pero una meta hacia la que se va sereno, despacio, con tranquilidad y paso firme, igual que la compañía del anillo.
El segundo libro es Padres fuertes, hijas felices de Meg Meeker que, aunque no recomendaría pues a mi modo de ver tiene demasiados aspectos matizables, la idea de fondo me ha parecido muy buena y necesaria hoy.
Viene a decir que la figura del padre es esencial sobre todo para las hijas. Lejos de las consignas que pretenden deconstruir al hombre y hacerlo desaparecer, es importante que el padre sea fuerte, marque límites a la hija y no se deje embelesar por los cantos de sirena.
Un padre ausente es una cruz para los hijos, y un padre que no pone límites hace sentir a los hijos que no son queridos, que no son importantes, aunque los hijos, naturalmente, se rebelen contra estos límites.
La relación de un padre con su hija es para siempre, y lo que el padre haga cuando su hija tiene dos años influirá en ella el resto de su vida. Si desde pequeña la hija vive el cariño y la firmeza de su padre, crecerá feliz, si por el contrario le toca sufrir a un padre moderno que no pone límites, que deja que la hija descubra el mundo por sí misma y que la anima a probar lo que el mundo le ofrece, a los quince, cargará sobre sus espaldas una mochila considerable de traumas.
Y el tercer libro se titula Un adolescente en la retaguardia, de Plácido Mª Gil Imirizaldu, que narra las vivencias de un joven estudiante del monasterio del Pueyo en el año 1936 y cómo vivió la persecución religiosa y el martirio de sus compañeros en Barbastro, sobreviviendo gracias a ser menor de edad.
Es un libro emocionante que te pasea por las calles de Barbastro en una época que algunos han pretendido borrar y que, gracias al testimonio de Imirizaldu y de tantos mártires, quedará inmortalizada en las páginas más gloriosas de la Iglesia, que siempre ha sido y será perseguida.
Y nos enseña además lo más valioso que puede transmitirnos la familia, la escuela y la parroquia: que merece la pena entregar la vida entera a Cristo y emprender así, como Frodo, una aventura inesperada. Ya sea de una vez, con nuestra sangre, como esos mártires del Pueyo y de Barbastro, o gota a gota, como parece que el Señor nos pide ahora en este tiempo y en esta tierra.
Y con esas tres ideas referidas a los libros citados creo que tenemos suficiente para movernos por el mundo sin perder el tiempo.