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HorizonteRamón Pérez-Maura

Sanchistas, háganselo mirar por favor

Harían bien en reflexionar los socialistas en los que Sánchez delega pequeñas parcelas de su omnímodo poder es que una organización que lo rinde todo, incluidas las bases históricas de su política, en favor de una persona, difícilmente podrá sobrevivir a su paso por el poder

Uno ya no sabe si puede quedar en el PSOE alguien que no sea sanchismo puro. El flujo de declaraciones de dirigentes históricos en contra de la línea política seguida por el secretario general es verdaderamente notable. En los últimos días hemos podido escuchar, entre otros a Felipe González, Alfonso Guerra, Nicolás Redondo, Ramón Jáuregui o Jordi Sevilla. Me ha parecido especialmente relevante la suma de los dos últimos a la descalificación de la iniciativa de Sánchez de promover la amnistía y el derecho de autodeterminación. Y me parece relevante porque a diferencia de los tres primeros, los dos últimos no son tan vieja guardia. Tuvieron sus momentos de mayor relevancia durante la malhadada Presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero, el telonero de Sánchez. No diré yo que Zapatero esté ahora en la línea de Jáuregui y Sevilla. Seguro que no. Él necesita la continuidad del sanchismo que le beneficia enormemente. Pero Sevilla es un hombre que recibió una canonjía importante cuando Sánchez llegó a la Moncloa. Lo puso al frente de Red Eléctrica Española uno de los cargos verdaderamente bien pagados que hay en España. Después de la formación del Gobierno con Podemos, Sevilla dimitió.

Ya sabemos que el sanchismo desprecia a la vieja guardia, pero no estaría de menos que pensaran cómo están consiguiendo generar tantas divisiones dentro de su propio partido. Esas divisiones ya empezaron a parecer durante el mandato de Zapatero, el gran precursor del sanchismo. Ahí ya vimos el alejamiento, que no abandono del partido, de personalidades como Joaquín Leguina o el propio Redondo. Pero desde su llegada al poder Sánchez ha ido provocando el abandono de miembros relevantes como José Luis Corcuera, socialista de Portugalete y miembro de larga data en las filas del partido.

Descalificar a los discrepantes pretendiendo que su tiempo ya pasó parece muy poco democrático. Ahora incluso pretenden que no hablen públicamente, como ha confesado Alfonso Guerra. Convendría que quienes promueven el silenciar a los discrepantes reflexionen lo que les puede pasar a ellos si algún día discrepan con Sánchez en cualquier cosa.

Algunas crónicas hablan de cómo dentro del partido los dirigentes territoriales no se están enfrentando a Sánchez y que usan la línea oficial de que hay que hacer todo dentro de la Constitución. El argumento trucado por Sánchez desde que se aseguró un Tribunal Constitucional que va a ser una alfombra de rosas para él. Pero ahí hay que resaltar el valor de otra voz discordante, la de Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha. Ésa es la única comunidad en la que el PSOE gobierna con mayoría absoluta. Y eso da a García-Page una fuerza, una autonomía –nunca mejor dicho– que no tienen los otros dirigentes regionales del PSOE.

Lo que harían bien en reflexionar los socialistas en los que Sánchez delega pequeñas parcelas de su omnímodo poder es que una organización que lo rinde todo, incluidas las bases históricas de su política, en favor de una persona, difícilmente podrá sobrevivir a su paso por el poder. Pero eso es un problema para el partido, no para Sánchez.