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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Lamentos a destiempo

Tiene razón Feijóo cuando dice que en las pasadas elecciones nadie votó pensando que estaría en juego la amnistía a los golpistas catalanes, pero si se votó sabiendo que Sánchez era un político sin palabra y sin escrúpulos

«Yo votaré en contra del proyecto político del actual gobierno de coalición socialcomunista y de la mayoría parlamentaria que la sustenta que, no nos engañemos, es la única posible que a Sánchez le permitiría repetir gobierno. Votaré en contra por las consecuencias que representaría para el futuro de España esa mayoría rupturista que consolidaría un frentismo emocional de muy difícil marcha atrás, a la vez que abriría las puertas a un modelo plurinacional del Estado, liquidador de nuestra realidad histórica nacional».

El 20 de julio, tres días antes de las elecciones, Paco Vázquez, un socialista que lo fue en la clandestinidad, antes del jolgorio de las mayorías absolutas de Felipe González, explicó públicamente por qué no podía votar por su partido en las elecciones. No podía hacerlo porque no estaba en cuestión el tradicional enfrentamiento entre socialdemocracia y centro derecha sino la propia continuidad del régimen y de la Nación. Esta semana hemos podido constatar lo acertado de su pronóstico.

El testimonio de Paco Vázquez resplandece hoy no por la clarividencia, sino por la autoridad moral que destila ante tanto lamento de socialistas espantados –una vez más– por la enésima puñalada de su partido al régimen del 78 que ellos contribuyeron a crear. Tiene razón Feijóo cuando dice que en las pasadas elecciones nadie votó pensando que estaría en juego la amnistía a los golpistas catalanes, pero si se votó sabiendo que Sánchez era un político sin palabra, sin escrúpulos y dispuesto a cualquier tipo de cesión para mantenerse en el poder. El coro de dirigentes socialistas que hoy ejercen de plañideras de nuestra democracia asediada votó por Sánchez a pesar de los pactos con Bildu, de los indultos a los golpistas o de la derogación del delito de sedición. Aquellas cesiones de la pasada legislatura – legales o no- eran tan insoportables, por seguir la terminología de Alfonso Guerra, como la amnistía que ahora pretenden colarnos y a pesar de ello siguieron votando a Sánchez. Hubo quien no lo hizo y su testimonio emerge hoy como una prueba de cargo contra los arrepentidos de última hora.

Cuando fracase la investidura de Feijóo, veremos como todos salen en tromba a pedirle al líder del PP que por responsabilidad entregue sus votos para que Sánchez pueda ser elegido sin pagar el chantaje de Puigdemont. Le pedirán que ceda su cabeza y su victoria para que ellos puedan salvar su conciencia. A todos les espanta la amnistía que el PSOE está dispuesto a conceder a Puigdemont, pero curiosamente ni uno solo de ellos ha sido capaz de apoyar en público los pactos de Estado que Feijóo planteó al líder socialista hace solo unos días y que devolverían al prófugo a la irrelevancia total.

Y a pesar de todo, nuestra democracia está en una situación tan delicada que todas las voces dispuestas a dar la batalla contra la amnistía son bienvenidas, aunque algunas lleguen demasiado tarde.