Se vive bien (hasta que deje de ser así)
En las calles de España sigue viéndose una gran alegría de vivir, pero puede ser un trampantojo
Al andar de aquí para allá en verano y salir de las oficinas vemos mejor la España a pie de calle. He estado en La Coruña, en Cádiz y en Pamplona y en todas partes se veía lo mismo: terrazas y restaurantes llenos, familias contentas, espectáculos y exposiciones –muchos gratuitos y sufragados por los ayuntamientos–, playas atestadas, parkings petados. Un país pasándolo bien, tirando la casa por la ventana y apurando el momento lo que se pueda tras los encierros obligatorios de la epidemia. Las capitales de provincia lucen además arregladísimas, guapeadas, imagino que por la pasta europea.
Luego, bajando al detalle, al hablar con gente aquí y allá, te encuentras con síntomas contrapuestos. En el mercado de abastos te cuentan que el consumo ha caído en picado; por ejemplo, el pescado fresco se ha convertido en artículo de lujo. Los placeros dicen que las familias ya solo compran en los supermercados alemanes de descuentos y en Mercadona, porque no llegan. Pero los bares están llenos. Es un país donde muchísima gente suda tinta para alcanzar el fin de mes y al tiempo los hosteleros lamentan que se ha vuelto misión imposible encontrar un camarero o un buen cocinero que quieran currar. Al parecer los españoles ahora desdeñan esos trabajos, desempeñados en gran medida por inmigrantes hispanoamericanos. Tampoco quieren embarcarse, o subirse al andamio, faltaría más.
La tasa de paro juvenil, la mayor de la UE, es del 28,9 %. Una barbaridad. Sin embargo tampoco se percibe demasiado. ¿Han visto alguna vez una protesta de jóvenes al respecto? El problema se camufla apalancándose hasta la treintena en la casa paterna. La tasa general de desempleo es también la mayor de Europa (12,4 % frente al 7,4 % de media comunitaria, y eso a pesar de que el actual Gobierno ha falseado los datos con el truco semántico de los discontinuos, según reconoce ya la propia UE). Esa anomalía endémica de paro supone la prueba fehaciente del inmenso fracaso de la política socialdemócrata que han seguido en España tanto PSOE como PP. Acaso el único atisbo un poco liberal fue el paréntesis de Aznar, con la consiguiente mejoría económica. Pero desde Rajoy, el PP opera como un partido estatista más y hoy Feijóo, en lugar de proponer una alternativa liberal, más bien compite con Sánchez por ver quién ofrece mejores subvenciones.
¿Por qué no estalla una nación que casi dobla la media europea de paro? Porque hemos construido un país de conformismo socialdemócrata e igualación a la baja, donde fuera de las grandes capitales todavía se puede trampear bien con poco dinero. Los marroquíes, primer grupo de inmigrantes en España, y los hispanoamericanos que llegan aquí ven asombrados que esto es jauja. El Estado endeudado hasta las cejas te paga la educación de los hijos (y además los españoles ya casi no tenemos). El Estado endeudado te paga la sanidad. El Estado endeudado te paga el paro si no trabajas (los hosteleros comentan que mucha gente les responde que para la diferencia de lo que van a recibir empleándose prefieren seguir unos meses sin hacer nada, o trabajando en negro). El Estado endeudado te da una ayuda mínima si se te acaban todos los resortes. El Estado endeudado te pone un gimnasio municipal macanudo a precio de ganga. El Estado endeudado prácticamente les regala los viajes de tren a los chavales. El Estado endeudado hasta lo alarmante sube las pensiones al ritmo de la inflación y muchos yayos pensionistas cobran bastante más que sus nietos en activo.
Hay un dato más que resulta clave para explicar esta España de la cómoda resignación socialdemócrata. La generación anterior del siglo XX, la de nuestros padres y abuelos, trabajó una barbaridad y rubricaron el gran estirón del país. Lograron convertirse en una generación de propietarios. Muchos españoles de hoy han heredado alguna propiedad de aquellas generaciones de pana y estajanovismo. Si tienes ese pisito en propiedad y logras una pequeña plaza de funcionario, o algún empleo para ir tirando, vives más o menos. Da para las cañas y unas raciones con los colegas, el Netflix, ir al fútbol a ver a tu equipo e incluso para marcarte una vez al año algún Ryanair por ahí fuera. En España se vive bien, sí, y hay alegría en las calles. Pero es un modelo cogido por hilos, sostenido por las rentas de un esfuerzo previo y por el maná del turismo. Un país con una demografía horrorosa, que compromete el futuro, donde han menguado las ganas de trabajar y donde 8,2 millones de españoles han preferido votar en las últimas generales por el subsidio peronista antes que por la salvaguarda de la unidad nacional, la propia existencia de su país.
«En España se vive muy bien». Sí. Hasta que todo se vaya al carajo si seguimos acelerando por donde vamos.