El día de las broncas
Un Rey y un Archiduque. La Diada encaja más en el prestigioso semanario de sociedad ¡Hola! que en el independentismo catalán
La Diada es la más española de las fiestas que se celebran en nuestra nación. Es la fiesta de la incoherencia y de las broncas. La celebración melancólica de una monarquía derrotada por otra. Mejor dicho, de una dinastía, la de los Austria, vencida por la competencia, la Borbónica. El Archiduque derrotado y Felipe V, el triunfador. Para mí, que los separatistas y republicanos que festejan la Diada harían bien en quedarse en casa. No pinta nada el presidente de la Generalidad de Cataluña presidiendo los actos conmemorativos. Tendría que presidir el festejo el heredero con mayor derecho del Archiduque Carlos de Austria, que es otro Archiduque Carlos, el hijo primogénito del extraordinario Otto de Habsburgo. Sucede que los austriacos son gente civilizada que no acostumbran a celebrar las derrotas y los inconvenientes históricos. Porque han convertido la Diada, fiesta monárquica donde las haya, en una suplantación republicana y separatista alejada de su auténtico significado. Una guerra dinástica, la de la Sucesión, librada por patriotas españoles en uno y otro bando. Entre esos patriotas españoles, españolazos, destaca el notable jurista Rafael de Casanova, partidario del Archiduque y combatiente contra las tropas de Felipe V y el duque de Berwick. Finalizado el asedio a Barcelona, en el que participó en un buque de guerra don Blas de Lezo y sufrió una de sus tres mutilaciones, Felipe V trató con inusual generosidad y cortesía a Casanova, permitiéndole desarrollar en libertad su sabiduría jurídica hasta su fallecimiento. Sea recordada la arenga de otro patriota español partidario del Archiduque. El jefe militar a cargo de la defensa de Barcelona, don Antonio de Villarroel: «No diga la malicia o la envidia que no somos dignos de ser catalanes e hijos legítimos de nuestros mayores. Por nosotros y por la nación española peleamos».
El problema del separatismo republicano catalán es el relato. Inventarse la Historia puede resultar divertido, incluso cachondo. Colón era catalán, Cervantes era catalán y hasta Santa Teresa de Ávila era catalana. Felipe V un malvado Rey de España que prohibió las barretinas, los «castellers» y los «caganers». Tres siglos han pasado y siguen con la matraca, y la adulteración de los hechos históricos que enseñan a los niños catalanes desde el jardín de la infancia, ha sembrado el odio y se ha cosechado en cantidades ingentes. Por eso, en la Diada, muestran sus trifulcas aldeanas y sus enfrentamientos. Un catalán republicano fascista de Junts aborrece a un catalán republicano de «Esquerra», y en la ofrenda de flores al monumento del gran español Rafael de Casanova, se insultan entre ellos mientras el bronce del ilustre jurista se pregunta: «¿Y a mí, por qué me traen flores estos separatistas republicanos?». El próximo año es más que probable que presidan los actos conmemorativos de la contienda monárquica Puigdemont y Yolanda Díaz. Y se enterarán de lo que vale un peine. Cuando una celebración se sostiene en la más elemental e inculta de las falsedades, la crispación y los insultos se apoderan de la lacerante acritud del festejo. Por otra parte, los republicanos separatistas catalanes han decidido ignorar que en Cataluña lucharon muchos catalanes a favor de Felipe V y que, en el resto de España, combatieron en alto número partidarios del Archiduque Carlos.
Un Rey y un Archiduque. La Diada encaja más en el prestigioso semanario de sociedad ¡Hola! que en el independentismo catalán.
Lo siento, pero es así.