Cataluña: de héroes y prófugos
Sánchez podría aspirar a ganar las elecciones generales. Y Puigdemont, las catalanas
Política es artesanía de apariencias. Sólo eso. Porque el mando –lo que un político profesional persigue– no reposa jamás sobre realidades. Reposa sobre las fantasías –de amor u odio, de esperanza o de miedo, de atracción o de repugnancia– que sepa inducir en aquellos sobre los cuales su mandato será ejercido. La prudencia ciudadana consiste en no creer jamás lo que se nos da como evidente. La evidencia es, en nuestras sociedades, imposición diseñada a la medida.
Lo que parece evidente: Pedro Sánchez, una vez borrado de la faz política española el viejo PSOE, avanzaría hacia la alianza con los independentistas de Puigdemont, a quienes concedería una amnistía a la medida y un posterior referéndum de independencia, como precio para reproducir la alianza de partidos que lo mantenga en la Moncloa. Puigdemont, por su parte, saldría de la ilegalidad, podría retornar a Barcelona y restablecer su hegemonía en una Cataluña con pie en la independencia. Parece sencillo. «Evidente». O casi. Desconfiemos.
Claro está que las barreras jurídicas no cuentan demasiado. Con la ley –y con la constitución– un Gobierno puede hacer lo que se le antoje. No hay constitucionalista académico en España que no pueda explicar en dos palabras las «puertas de atrás» o «salidas de emergencia» que el texto constitucional camufla para, llegado el momento, poder violarse a sí mismo. Yo, que no soy jurista, aconsejo sencillamente leer el artículo 168 y reflexionar sobre un dilema de lógica elemental: el artículo que blinda el núcleo constitucional no se incluye a sí mismo en el blindaje. ¿Alguien ignora lo que eso significa? Pues explicitémoslo. Significa que basta reformar por la vía sencilla el artículo 168 y sacar, de lo en él blindado, el «Título Preliminar», para que la liquidación del pasaje «la soberanía nacional reside en el pueblo español» quede consumada. Legalmente. Y la secesión devenga constitucional.
¿Recurrirán Sánchez y Puigdemont a ese birlibirloque, técnicamente tan sencillo cuanto inmoral? No lo juzgo verosímil. Ateniéndome a lo único que determina la actuación de un político: sus privados intereses. Que son transparentes: el de Sánchez, permanecer en la Moncloa; el de Puigdemont, consolidar posiciones para el asalto a la Generalidad. El de ambos, prolongar durante el lapso de tiempo más largo posible sus respectivas hegemonías.
Y ahí empieza lo divertido, lo analíticamente divertido. En Cataluña habrá elecciones municipales esta primavera. La «heroicidad» de Puigdemont es el único patrimonio que puede exhibir Junts en ellas. Porque, no nos engañemos, la suprema cobardía del prófugo que abandona a sus fieles construye hoy, en Cataluña, no la imagen de un indigno, sino la de un héroe. Cuya heroicidad se cifra en su negativa a colaboración alguna con el gobierno de España. Frente a ella, su competidor Junqueras, pese a haber pasado por la cárcel, aparecerá como el traidor que hizo gobernable España. Puigdemont puede arrasar en esas elecciones y atrincherar su posición en la inmediata batalla por la presidencia catalana. Necesita sólo para ello consolidar su apariencia: el «mártir» que se negó a abjurar a cambio del plato de lentejas que compró a Junqueras.
¿Y Sánchez? Mala gente, pero no tonto. Cerrar un pacto completo de amnistía y referéndum con Junts le permitiría gobernar, sí. Pero sólo durante los meses que faltan para las municipales catalanas. En ese momento, el interés básico de Junts –blindar su hegemonía en Cataluña– forzaría la ruptura con el gobierno de Madrid y su consecuente caída. El electorado socialista podría atisbar que le han tomado el pelo. Y el riesgo de acabar mal sería alto.
La hipótesis a desplegar debiera ser algo más compleja: jugar con las apariencias. Llevar la negociación con Puigdemont lo más lejos posible. A bombo y platillo. Aparentar que el acuerdo va a sellarse. Y forzarle a que sea él quien rompa la baraja ante la doble barrera de amnistía y referéndum: ni Puigdemont puede renunciar a ellos, ni Sánchez concederlos. No quedaría entonces más alternativa que la de unas elecciones anticipadas. A inicios de 2023. En las que Sánchez se presentaría bajo el manto del honesto pacificador, cuya buena voluntad fue desatendida por el sectario independentista que le hizo oídos sordos. «Lo he intentado todo. No han querido». Su electorado se reafirmaría. Y, con un poco de suerte y un mucho de habilidad, Sánchez podría aspirar a ganar las elecciones generales. Y Puigdemont, las catalanas. Entonces comenzaría el gran juego. No es una mala apuesta.