El pinganillo del fanatismo nacionalista
Ahora imponen, vía Pedro Sánchez y su objetivo de quedarse en la Moncloa, su concepto fanático de las lenguas. Y lo hacen nada más y nada menos que en la institución que representa la soberanía nacional
Son tantos los desmanes del PSOE, que apenas se está prestando atención a un hecho de enorme gravedad como es la introducción en el Congreso de las lenguas co-oficiales de las Comunidades Autónomas. Saltándose el Reglamento, además, vía el habitual porque yo lo digo de Pedro Sánchez. Y porque es una de las condiciones del fugado Puigdemont para investirle.
El asunto es de un calado aún mayor que el de poner el Congreso al servicio de Puigdemont y al servicio de los nacionalistas. Se trata de que el PSOE lo ha puesto al servicio del fanatismo nacionalista, al servicio de su concepto étnico de la lengua y de su rechazo a la existencia de una nación española representada en el Parlamento. Y como guinda de esta degradación del socialismo, el PSOE lo hace mientras justifica el ataque al español y a los derechos de los ciudadanos en Cataluña.
Esto nada tiene que ver con el respeto a la diversidad y a la pluralidad de los españoles, perfectamente reconocida y garantizada por nuestro sistema político autonómico, que, entre otras cosas, protege la co-oficialidad de las lenguas propias de las diferentes regiones. En algunas de ellas, el problema, y grave, es otro, es el no reconocimiento de esa diversidad y pluralidad por parte de las autoridades nacionalistas. Pero no contentos con eso, ahora imponen, vía Pedro Sánchez y su objetivo de quedarse en la Moncloa, su concepto fanático de las lenguas. Y lo hacen nada más y nada menos que en la institución que representa la soberanía nacional.
Para los nacionalistas, la lengua es el sustituto de la raza. Como lo de Sabino Arana ya no es presentable en la sociedad actual, la lengua ocupa el lugar de la raza. La nación vasca o catalana se construye sobre la lengua, el rasgo étnico que demostraría la existencia de una nación con derecho a tener Estado. De ahí que los nacionalistas estén obsesionados por la imposición de la lengua en sus territorios, y en esa obsesión cometan todo tipo de tropelías. De hecho, su fanatismo étnico tras el franquismo marcó mi propia experiencia juvenil, cuando mi grupo habitual de compañeros en la universidad impuso como obligación patriótica que usáramos el euskera quienes siempre nos habíamos comunicado en español. Porque el euskera era la columna sobre la que se iba a construir la nueva nación vasca, ya que lo de la raza no solo quedaba mal, sino que era inviable en una sociedad donde lo de los ocho apellidos vascos es minoritario.
Y el PSOE pone el Parlamento al servicio del fanatismo nacionalista, cuando ese nacionalismo ni siquiera es mayoritario en sus propias Comunidades. Es tremendo, pero la izquierda, junto a tantos tontos útiles, está alimentando esa habitual falsedad de que son los nacionalistas quienes representan al País Vasco y Cataluña. Repasemos los resultados electorales del pasado julio en ambos lugares. Los nacionalistas fueron ampliamente derrotados en Cataluña, pero también en el País Vasco. Y, sin embargo, ahí siguen, pretendiendo ser los únicos representantes de esas regiones, de la mano de Sánchez.
El pinganillo del fanatismo nacionalista en el Congreso es su última conquista. Representa la imposición de la visión étnica de España en el propio Parlamento. Por eso es esencial decir «No» a los pinganillos, que es decir «No» al proyecto nacionalista de disolución de España.