El masajista
Creo que las chicas o chiques de nuestra Selección están haciendo un daño considerable a las futbolistas que participan en otros equipos y no han sido seleccionadas. Claro, que si ellas son las mejores, habrá que ver como juegan las menos dotadas
Estas chicas sindicalistas que juegan al fútbol se han creído más de lo que son. Casi todas ellas se reconocen inmersas en la LGTBI, y el vestuario puede ser el motivo de sus desconciertos. Tres mujeres, dos del Real Madrid y una del Atlético, –Athenea, montañesa–, se han enfrentado al bloque, y van a ser perseguidas por las leonas, hermosas y putellas, que se han entregado a un sindicato político y ultrafeminista, han montado un barullo tan imprevisto como extravagante, y se han dedicado a lanzar piedras contra su propio tejado. Su entrenador, que les ha llevado a ganar el campeonato del Mundo, ha sido despedido. El presidente de RFEF, que tenía que haber dimitido hace años por confusos partidismos e intereses, ha caído por un pico «sub judice» que, a mi modesta manera de entender las cosas de la vida, tenía mucho más de euforia que de «agresión sexual». Por otra parte, el fútbol femenino, muy meritorio, no es deporte que apasione a millones de personas. Escribo, porque quien esto firma, y el que lo firma soy yo, fui promotor del fútbol femenino cuando aún no había cumplido los veinte años. Como además de promotor, fui anfitrión del evento, elegí mi función durante el apasionante encuentro. Una elección que hoy me habría llevado directamente a prisión. Masajista de los dos equipos contendientes.
Recuerdo a algunas de las jugadoras. Partido de seis mujeres contra otras seis. Las hermanas Macarena y Teresa Álvarez Pickman, Patricia Giménez-Arnau –hermana de Joaquín, «Jimmy»–, Paloma Fierro Guerra y Yolanda Fierro Eleta, Teresa Muguiro, las también hermanas venezolanas Carolina y Teresa Machado, fichajes caribeños de última hora. Cristina Fontcuberta, y de trencilla, Rafael Abbad. Como masajista, sinceramente, yo deseaba un encuentro más duro y correoso, con muchas lesiones, pero apenas intervine. Una pequeña contracción muscular con masaje reparador que hoy habría sido condenado a veinte años de prisión y un balonazo en la boca del estómago cuyos desagradables efectos sanaron pasados unos pocos minutos. Esta segunda intervención no hubiese tenido hoy en día pena de prisión incomunicada porque mis servicios no fueron requeridos por la futbolista afectada. Superado el primer dolor como consecuencia del impacto del esférico contra su zona ventral, procedió a dar unas carreritas por la banda, incorporándose al terreno de juego en perfectas condiciones competitivas. El partido, un rollo, un tostón, con bellísimas imágenes estéticas. Empate final que se deshizo en la tanda de penaltis. El equipo azul, como Jenni Hermoso, marró cuatro de los cinco penaltis y el equipo blanco, falló los cinco. Las triunfadoras lo festejaron y no exigieron ni el cambio del entrenador ni la modificación de las estructuras de federación alguna, ni acudieron a un sindicato para denunciar mis sabios masajes en los muslos agotados.
Creo que las chicas o chiques de nuestra Selección están haciendo un daño considerable a las futbolistas que participan en otros equipos y no han sido seleccionadas. Claro, que si ellas son las mejores, habrá que ver como juegan las menos dotadas. Se aplica al caso un razonamiento indiscutible. Han salido en defensa de estas caprichosas –o caprichoses, según acuñación de Irene Montero–, todos los podemitas, sumaritas e independentistas. Por lógica, las personas normales no deben coincidir con los anteriormente mencionados. Y muy a mi pesar, es lo que me sucede. Por otra parte, ya inmerso en el otoño de la existencia, con toda la experiencia acumulada en mi derecho a la opinión, confieso que la imputación de Rubiales por esa tontería –Woody Allen–, roza los límites de la ridiculez. Todos sabemos –y ellas también–, la diferencia que se establece entre un beso y un pico torpón y anecdótico. El movimiento ultrafeminista es tan excéntrico como poderoso. Espero no ser denunciado con más de cincuenta años de retraso por mi somera actividad de masajista. Lo hice con la mayor corrección y pulcritud profesional, si bien hubiera preferido mayor actividad con el agua milagrosa.