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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Vocación de dictador

¿Democracia? El PSOE tacha de «golpistas» y promotores de una «asonada» a aquellos que se atreven a organizar un acto de protesta contra la amnistía

A ratos de un covid he vuelto a leer Imperium, la estupenda novela de Robert Harris que cuenta el despegue de la carrera de Cicerón, el mejor abogado y orador de la Roma y tal vez la mayor cabeza del imperio por entonces, junto con Julio César. Lo más sugestivo de la historia es el telón de fondo, pues esboza cómo tres súper egos de notable carisma –Pompeyo, Craso, el hombre más rico de Roma, y César– encienden por su interés particular la mecha que ya con Augusto acabará demoliendo la República y sus libertades y derechos. Por supuesto, todos aquellos hombres fuertes proclaman que quieren lo mejor para Roma. Cicerón percibe enseguida a dónde conducen los pasos que están dando: a la tiranía. Pero tampoco acierta a moverse para frenar esa deriva, porque la tarea supera sus capacidades, y también porque él mismo trata de navegar en la tormenta y pescar algo en el río revuelto. El desenlace lo conocemos todos: adiós, República; hola, césares.

Los autócratas que acaban eliminando las democracias no se presentan proclamando que ese es su objetivo. Todo lo contrario. En un primer instante suelen venderse como los regeneradores que van a sanear el sistema y devolverle su virtud frente a unos enemigos odiosos que lo han degradado. Lo primero que hace un proyecto de tirano es erigirse en la voz del pueblo, de todo él, porque el que discrepa no cuenta. Además enarbola una ideología que trata de imponer como la única correcta y aceptable. Su segundo paso consistirá en negar su derecho a existir a todo aquel adversario que no acate el nuevo credo (los «cordones sanitarios»).

Steven Levistky y Daniel Ziblatt, dos profesores de Harvard que habían dedicado lustros a estudiar la democracia, los partidos y el autoritarismo, publicaron en 2018 su conocido libro Cómo mueren las democracias. Leído desde la España de este instante impresiona, porque enumeran unos pasos hacia el fin de las libertades que concuerdan con los de nuestro actual Gobierno. Los autores incluso señalan que ese proceso «puede resultar imperceptible para muchos ciudadanos en una primera fase», que es lo que está ocurriendo aquí, con parte de la sociedad española en la inopia (y hasta votando a aquel que les está empezando a escamotear su democracia).

Al principio, y en apariencia, todo sigue más o menos igual. Hay elecciones, medios independientes, partidos de la oposición en el Parlamento… Pero la gangrena avanza sutilmente: «La erosión de la democracia se produce poco a poco, a menudo con pequeños pasos. Cada paso individual parece menor, ninguno semeja amenazar realmente la democracia. De hecho, las medidas gubernamentales para subvertirla gozan con frecuencia de un barniz de legalidad», escriben Levitsky y Ziblatt. ¿Les suenan esos pasos? Claro que sí: negar el pan y la sal a la oposición, poner en la diana a jueces y periodistas críticos con el correcto credo, arrumbar la separación de poderes intentando que el Ejecutivo domine al Judicial, gobernar a golpe de decreto, reescribir la Constitución a través del tribunal que en teoría vela por su correcta aplicación… Ya ha pasado.

Urge activar todas las alarmas cuando un Ejecutivo proclama, como está ocurriendo en España, que las leyes deben quedar en suspenso si así conviene a los intereses políticos particulares del gobernante y cuando desde el poder se niega a la oposición el elemental derecho a protestar en público contra las actuaciones del mandatario (es decir, cuando se arremete contra la libertad de expresión y manifestación).

La actuación de Sánchez desde que llegó al poder en junio de 2018, sin haber ganado las elecciones, se ajusta como un calco a la hoja de ruta de un dirigente autoritario que dibujan los profesores Levistky y Ziblatt. Esta semana ha ocurrido algo muy grave, porque denota lo lejísimos que ha llegado el PSOE en sus tics autoritarios. El expresidente Aznar ha pedido a la sociedad española que se movilice contra el plan socialista de amnistiar a todos los implicados en el golpe de 2017, pago que exige Puigdemont a Sánchez para dar luz verde a su investidura. El PSOE ha respondido tachando a Aznar de «golpista»; lo ha hecho además en la rueda de prensa del Consejo de ministros, que debería ser un espacio institucional y neutral. Pachi López, el Pericles del Bocho, que nunca pierde ocasión de demostrar que en la lotería neuronal no le sonrió el azar, respondió a Aznar con un «mejor que se calle». Ese exabrupto amenazante viene a decir que el expresidente no tiene derecho a expresar una opinión contraria a la amnistía.

Además, el PSOE va a presentar en comunidades y ayuntamientos una moción donde califica de «asonada trumpista» el acto de protesta que ha convocado el PP en Madrid para el próximo día 24. La palabra «asonada» define «una reunión tumultuaria y violenta». Para el PSOE constituye un acto de violencia que el partido que ha ganado las elecciones organice un mitin en la calle contra una medida que el propio Sánchez y su partido rechazaban hasta este verano. Adiós por tanto a la libertad de expresión y manifestación, sin la cual no hay democracia.

¿Qué receta proponen los profesores de Harvard para frenar a un proyecto de autócrata? Creen que la vía más operativa es que lo hagan los partidos políticos, que deben actuar como «cancerberos de la democracia» parando a ese tipo de líderes. Pero los cuadros del PSOE actual no solo no frenan al proyecto autócrata, sino que lo secundan en su escalada de erosión de la democracia.

O hay otras elecciones pronto y los españoles entran en razón y relevan al personaje, o la libertad va a empezar a ponerse cara en España.