Qué casualidad, Francina, ¡qué feliz casualidad!
La actual presidenta del Congreso debería explicar los éxitos económicos súbitos de su pareja y su entorno nada más convertirse ella en presidenta autonómica
Richard Branson, de 73 años y llamativo pelo rubio platino de bote, es un afamado empresario londinense cuyo último hito consiste en vender viajes al espacio. Su historia tiene mérito. Aunque de buena familia, pinchó en los caros colegios privados a los que lo enviaron por sus problemas de dislexia e hiperactividad. Pero pronto se reveló como un mago para los negocios. A los 16 años editó una revista y acto seguido abrió una tienda de discos, germen de su propia firma discográfica, Virgin. Con ella tuvo la chiripa, o el buen ojo, de que el primer disco que publicó, «Tubular Bells» del casi adolescente Mike Olfield, se convirtió en un clásico que acabaría despachando quince millones de copias en el mundo. Hoy Branson le pega a todo: líneas aéreas, trenes, telecomunicaciones, cohetes espaciales…
A finales de los noventa, gobernando el PP Baleares, Branson reparó en una finca de 520 hectáreas con soberbias vistas al mar y a solo 25 kilómetros de Palma, y la compró. Pero el terreno, llamado Son Bunyola, estaba calificado como suelo rústico protegido. Al constatar que no le dejaban hacer nada, el magnate inglés la vendió refunfuñando en 2002.
A partir de ahí alternaron en el poder mandatarios autonómicos de PP y PSOE, pero la historia de la finca siguió igual: intocable, algo que no es infrecuente en unas islas donde los movimientos ecologistas gozan de mucha fuerza. Pero en julio de 2015 llega al poder una nueva presidenta, la socialista Francina Armengol, una farmacéutica cuarentona pro catalanista, y comienza un curioso ciclo de casualidades. Tres meses después de que Francina prometa su cargo, Branson vuelve a acordarse de la finca de marras y la recompra desembolsando 15,3 millones de euros. El millonario inglés parece haber perdido su olfato. ¿Cómo puede pagar semejante dineral por una finca celosamente protegida? Pero Branson sabía lo que hacía. De repente, desaparecen todas las trabas que durante los 18 años previos habían impuesto tanto los gobiernos del PSOE como del PP. Con la flamante administración de Francina Armengol se abren todas las puertas y se da luz verde para que se levante en la finca un hotel híper exclusivo, abierto hace relativamente poco y que se anuncia sin timidez como «el más lujoso del Mediterráneo».
Qué casualidad, Francina. Llegaste tú y se evaporaron enseguida todas las trabas medioambientales, cuando en teoría el PSOE es el más ecologista de los partidos. Hoy, en una información en El Debate que firma Alejandro Entrambasaguas, se revelan más casualidades, como que la pareja de Armengol, el empresario Joan Nadal, mantiene conexiones empresariales con un abogado relacionado a su vez con el emporio hotelero de Branson en la isla.
Son meras casualidades, por supuesto, como el hecho de que Joan Nadal, el novio perenne de la buena de Francina, fundó en 2012 una pequeña empresa y durante tres años le fue de pena, no ingresó un duro y hasta contrajo algunos pufos. Pero hete aquí que en 2015 llega su amada al poder regional y la empresilla, que no cuenta con empleados, reflota súbitamente y pasa a declarar ingresos de 4,3 millones de euros. Más casualidades: aparece el covid y la empresa de jardinería del mítico novio resulta que se ve agraciada con 1,4 millones de subvenciones regaladas por el Gobierno de Sánchez. Ole, ¡vivan las casualidades!
Francina Armengol ha sido promovida por Sánchez a presidenta del Congreso, la tercera autoridad del Estado. Convendría que la oposición investigase y denunciase con firmeza todo lo anterior, salvo que creamos en las cascadas de felices y pasmosas casualidades.
Ay, Francina, cuánto amor. Como advertía la copla de la Piquer: “No debería quererte… y sin embargo, te quiero".