Sencillez
Un viaje a Nueva York para hablar 10 minutos acompañado por 109 personas puede salir algo caro para el contribuyente. Pero en España los contribuyentes también son muy sencillos, y si no lo son les obligan a serlo, y lo aceptan con sencilla sumisión
Unas encantadoras jóvenes sudamericanas me han encuestado en la calle. Más corteses y mejor educadas que muchas de las nuestras. La pregunta, sencilla de responder: «¿Cuál es, en su opinión, la virtud más destacada de Pedro Sánchez?». Mi respuesta, inmediata.
–La sencillez.
Y se han reído.
Defiendo mi opinión. Un presidente del Gobierno que necesita para acudir a una reunión de segunda clase en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, de un séquito de 107 personas cuando a la reunión sólo pueden acceder seis delegados por país, demuestra estar inmerso en la más luminosa y beatífica sencillez. Otro mandatario, menos sencillo, se habría presentado en Nueva York con cinco acompañantes, que sumados a su yo, darían como resultado seis personas.
«No necesito a nadie», diría Churchill. ¿Llevar a Nueva York a cinco acompañantes? ¿Para qué?, se preguntaría Konrad Adenauer. «Me sobro y me basto con 'moi meme'», comentaría Charles De Gaulle. «¿Acaso los de la ONU creen que soy tan gilipollas que necesito a cinco ayudantes para opinar? Con Marilyn Monroe tengo suficiente», le susurraría Kennedy a su vicepresidente Lyndon B. Johnson en el despacho oval. Todos ellos, unos soberbios, petulantes, arrogantes y prepotentes. ¿Tan importantes se creían?
No hay prueba de mayor sencillez que reconocer la dependencia de otras opiniones para hablar 10 minutos en tan fundamental e innecesario foro. Y cuantas más opiniones, mejor. Y si en lugar de 107 son 109 –el ministro Albares y la ministra de los Lobos, la «despeiná», se incorporarán hoy a la comitiva–, mejor que mejor. Se trata de un reconocimiento público de incompetencia, de inseguridad y de complejos de inferioridad insuperables. Y esa naturalidad en el reconocimiento, es prueba irrefutable de profunda y asumida sencillez.
Está claro que el presupuesto del viaje, la estancia en Nueva York, los taxis, los desayunos, las comidas, las copas y las cenas, las compritas a costa del contribuyente, la visita a la Estatua de la Libertad, los paseos turísticos en helicóptero entre los rascacielos de Manhattan y todas esas cosas, impulsan a aumentar considerablemente el presupuesto. Pero son gastos necesarios para consolidar el prestigio de España. Un presidente del Gobierno que se presenta en la capital del mundo con más de un centenar de acompañantes, genera impacto. «Necesito a todos para dejar en los más alto el pabellón de España». Creo –ya me ha ocurrido escribiendo anteriores artículos– que me estoy emocionando. Ymelda Marcos, la esposa del también sencillo presidente de Filipinas Ferdinand Marcos, cuando viajó a España por primera vez, lo hizo con todos sus zapatos. En lugar de acompañantes, zapatos. Le dijeron que España era, a un tiempo, llana y montañosa, con playas y altas cumbres, muy irregular en las temperaturas, cambiante de norte a sur, y dando muestras de una cándida sencillez, se presentó en Madrid con más de 1.267 pares de zapatos. Más cerrados para el norte, más abiertos para el sur, y a medias de clausuras y aperturas, para no desentonar en el centro. Para Sánchez, los acompañantes a Nueva York equivalen a los zapatos de Ymelda Marcos. Sencillez sin rencores, porque días atrás fue abucheado en la «Fashion Week» de Madrid, por acompañar a su dulce esposa al desfile de Hannibal Lecter, perdón, Hannibal Laguna. Un modista muy sencillo, amén de simpático y acogedor, como los Sánchez, que son de lo que no hay.
Un viaje a Nueva York para hablar 10 minutos acompañado por 109 personas puede salir algo caro para el contribuyente. Pero en España los contribuyentes también son muy sencillos, y si no lo son les obligan a serlo, y lo aceptan con sencilla sumisión.
El viaje será un éxito de nuestra sencillez, nuestra decencia, nuestra humildad y nuestra austeridad.
Otra cosa no, pero ya es suficiente.