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Post-itJorge Sanz Casillas

La España estúpida

Todo vino con la «nueva política», que prohibía la inclusión de imputados en listas pero no dice nada sobre negociar con malversadores condenados (Junqueras) o fugados (Puigdemont)

En la película Mientras dure la guerra, que cuenta los primeros meses del levantamiento militar de julio de 1936, hay un momento en el que Miguel de Unamuno, preguntado por teléfono por su tolerancia con el golpe, responde enfurecido: «¡Yo no he traicionado a la República, la República me ha traicionado a mí!».

Se me vino esta escena a la mente, salvando todas las distancias temporales e históricas, al escuchar a Alfonso Guerra este miércoles: «Yo no he sido desleal [al PSOE], yo no he sido disidente. Más bien ha sido disidente el otro», en clara alusión a Pedro Sánchez y al PSOE, si es que no son ya lo mismo y su futuro está encadenado.

Lo de Alfonso Guerra y tantos otros no es la pataleta de cuatro viejos que no se han adaptado al «nuevo tiempo». Su rechazo a lo que está ocurriendo (asumir como propios los anhelos del separatismo a cambio de siete puñeteros votos en el Congreso) lo comparten al menos once millones de españoles, que son bastantes más de los que, valiéndose de la debilidad y ambición de Sánchez, le hacen gobernar con un programa que en teoría no es el suyo.

Lo que denuncia Alfonso Guerra es el desmantelamiento de la división de poderes y, entre medias, la consolidación de una España estúpida. Al afán segregador del separatismo, que ha encontrado en el PSOE a un colaborador en lugar de un freno, se le suma una ideología del absurdo que emponzoña numerosos espacios de la vida pública. Hay muchos ejemplos y el más reciente es el de la traducción en el Congreso. Lo que dice Aitor Esteban en vasco se lo dan traducido a Gabriel Rufián no ya en catalán sino en castellano, el idioma que ambos dominan desde hace varias legislaturas. Se nos dice que la España actual es plurilingüe y, sin embargo, en cuanto salen del hemiciclo todos hablan español sin necesidad de auriculares. ¿De qué estamos hablando entonces? Conozco gente que, con lo que cuesta cada año ese aparataje de traducción, crearía una docena larga de empleos de calidad (y no lo que hace Yolanda Díaz apoyándose en trucos contables).

El campo está inclinado para que Sánchez siga gobernando, pues es el mayor garante de la España estúpida. Esa España en la que dar dos besos por saludo es «sexualizar» pero en la que repartir condones a niños en edad de Primera Comunión lo llaman «educar». Y todo esto con la «nueva política», que prohibía la inclusión de imputados en listas pero no dice nada sobre negociar con malversadores condenados (Junqueras) o fugados (Puigdemont).

Es un insulto continuo a la inteligencia y a la memoria a corto plazo. Por eso no se puede tragar con todas estas ocurrencias y ver como razonable lo que es un disparate incontrovertible. Un absurdo que llega no porque figurase en el programa del PSOE, sino porque aparece en la lista de tareas que le han puesto para seguir gobernando este país de (todavía) 47 millones de habitantes.