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El puntalAntonio Jiménez

Adicto a la mentira

Al tigre independentista no se le convierte en vegetariano pero Sánchez, mientras le dejen, seguirá en el poder comportándose como un dirigente cada vez más autocrático y alejado de los valores democráticos

Me pregunto si alguna vez en su vida, Sánchez honró el valor de la palabra dada, de la promesa hecha. Mentiroso compulsivo es aquel que convierte la falacia en algo patológico y recurrente y la instrumentaliza para obtener un fin en beneficio propio. Ese es Sánchez en estado puro. Un adicto a la mentira que no se sonroja ante la abrumadora evidencia de sus embustes y contradicciones con tal de seguir en el poder.

Por más que el denominado «equipo olímpico de opinión sincronizada en favor del 'sanchismo'» le defienda frente a las críticas justas de sus mayores en el PSOE, Sánchez es un desleal y un disidente de sí mismo. Quien dice y hace lo contrario de lo que ha afirmado y apoyado es Sánchez y no Guerra, que siempre estuvo en el mismo sitio, con coherencia y en defensa del Estado de derecho y la democracia que él pretende condenar con una amnistía.

El problema es que a un tipo sin escrúpulos ni principios, que se siente legitimado por los más de siete millones de votantes que han avalado su proceder político éticamente reprobable, ya no le para nadie, tampoco los exdirigentes históricos socialistas que rechazan sus intenciones para mantenerse en la Moncloa.

La catadura del personaje quedó retratada una vez más al trivializar el golpe de los independentistas contra la Constitución, hasta rebajarlo a una crisis política que «nunca debió llegar a los tribunales», y al rechazar, ahora, que Puigdemont deba ser juzgado.

Se ha puesto de hinojos ante el prófugo encastillado en Bruselas y hará todo lo posible por que vuelva a España, pero en Falcon. Nada más contradictorio e incoherente con lo que la hemeroteca o videoteca recogen de sus propias convicciones, opiniones y promesas de antaño sobre los graves delitos perpetrados por sus aliados independentistas de hogaño y por el delincuente de Waterloo.

El Sánchez que ahora afirma que «una crisis política nunca tuvo que derivar en una acción judicial» y que «hay que devolver a la política lo que nunca tuvo que salir de la política», para justificar la amnistía que le conceda el pasaporte de su continuidad en la Moncloa, es el mismo que en 2017 afirmaba que «sin respeto a la ley no existe democracia». Es el mismo que defendió el ingreso en prisión de los golpistas ordenado por el juez Llarena y que apostó por «el cumplimiento íntegro de la ley y de la Constitución por que la izquierda no puede alinearse con los separatistas ,cosa que es profundamente insolidario».

Es el mismo Sánchez que decía que «no hay ninguna causa de izquierdas en el independentismo». Es el mismo que calificó de rebelión y sedición los delitos cometidos por los separatistas durante el «proceso» de ruptura con España y criticó a la justicia belga por no extraditar a Puigdemont.

Es el mismo Sánchez que en la sede de la soberanía nacional, en el Congreso, afeó a Pablo Casado que al Gobierno de Rajoy se le fugara Puigdemont mientras él se comprometía a traerlo de vuelta a España «para rendir cuentas ante la justicia porque nadie está por encima de la ley».

Es, en definitiva, el mismo Sánchez que va a aceptar la derrota del Estado de derecho y claudicará ante el chantaje de quien, una vez amnistiado a cambio de sus votos, ahora sí estará, siempre, por encima de la ley.

Dicho lo cual, nada de esto, sin embargo, le importa una higa a cuantos conociéndole y siendo conscientes de que sólo le mueve su interés personal y no el de todos los españoles hasta el extremo de emplear cualquier medio al alcance para conseguir sus fines, le han respaldado en las urnas con apoyos suficientes como para impedir que Feijóo sea presidente aunque ganara las elecciones. Da igual que haya cometido, efectivamente, un fraude electoral agravado por decir en campaña lo contrario de lo que hará.

Sus cesiones a un exetarra , a un exconvicto y a un prófugo tienen como fin único seguir en el poder. Ese mantra que Sánchez y sus corifeos mediáticos repiten para justificar la tropelía que está dispuesto a cometer a cambio de ser investido, en procura de conciliación y normalización de la vida política en Cataluña, no tiene un pase ante la realidad de las apetencias insaciables de quienes agitan el conflicto territorial únicamente para conseguir la independencia.

Y nunca renunciarán a su objetivo por más que Sánchez vaya cediendo a sus exigencias sin importarle dejar en evidencia al Rey, desacreditar a la justicia española y a su Tribunal Supremo y debilitar el Estado de derecho y la democracia. Al tigre independentista no se le convierte en vegetariano pero Sánchez, mientras le dejen, seguirá en el poder comportándose como un dirigente cada vez más autocrático y alejado de los valores democráticos. A los demás siempre nos quedará el derecho al pataleo para reprochárselo mediante cívicas protestas legitimadas por los derechos constitucionales a la libertad de expresión y de manifestación.