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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Sánchez y el ejército de Pancho Villa

La amnistía que se está cocinando significa que en España la Justicia dejará de ser independiente para acomodarse al dictado de la mayoría parlamentaria de turno

Actualizada 01:30

No. No se equivoquen. Cuando me refiero al ejército de Pancho Villa no aludo al reguero de distintas formaciones políticas que acabarán aupando de nuevo a Pedro Sánchez a la presidencia del gobierno: PSOE, Bildu, ERC, Junts, PNV, IU, Podemos, Más País, Compromís, En Comú Podem, BNG e incluso Coalición Canaria si se pone a tiro una buena subvención para los vuelos entre las islas. Es cierto que tan distintos intereses solo permiten un gobierno disfuncional e incapaz de gestionar los asuntos ordinarios, pero esa inoperancia se transforma en una máquina perfectamente engrasada cuando se trata de avanzar en el proceso mutación constitucional que se ha abierto ante nuestros ojos.

Vivimos en un país donde los trenes han dejado de ser puntuales o donde es imposible gestionar la pensión de jubilación, pero vamos de cabeza y a toda velocidad hacia un régimen distinto. La amnistía que se está cocinando significa que en España la Justicia dejará de ser independiente para acomodarse al dictado de la mayoría parlamentaria de turno. Y los delitos y los delincuentes lo serán o no lo serán en función del interés personal de Pedro Sánchez y sus socios.

Frente a ese Frankenstein desatado, ¿qué tenemos? Una derecha cuyo voto dividido entre PP y Vox la condena irremediablemente a la oposición y un reducto melancólico de la izquierda socialdemócrata. Tenemos también a los intelectuales progresistas de siempre, los que se hacen llamar la tercera España y son tan exquisitos que no pueden aceptar compartir con la derecha la defensa de la igualdad. Se les arruga la nariz y siempre necesitan crear un nuevo partido para diferenciarse; ya han enterrado a dos –UPyD y Ciudadanos– y ahora van por el tercero.

Pero también estamos los columnistas y los opinadores. Quienes no formamos parte de lo que Carlos Herrera ha bautizado como el equipo de opinión sincronizada de estricta obediencia sanchista y somos especialistas en distraernos con todos los señuelos que ponen ante nuestros ojos y en confundirnos siempre de enemigo.

El último lío que estamos organizando es el de presionar al Rey para que evite nombrar a Pedro Sánchez candidato a la investidura cuando fracase la de Feijóo. No se me ocurre mayor disparate. Pedirle al Rey algo que se sabe imposible es ponerle en el disparadero y generar un debate estéril que viene a debilitar aún más la institución, sometida ya a un acoso permanente.

La Reina de Inglaterra no rechistó cuando el frívolo de Cameron organizó un referéndum en Escocia que estuvo a punto de acabar con el Reino Unido porque así funcionan las cosas en las monarquías parlamentarias. El Rey no puede oponerse a la voluntad de la mayoría, entre otras razones porque también es el Rey de los siete millones de personas que votaron al PSOE e incluso de los 400.000 que votaron al partido de Puigdemont.

Resulta indudable que la amnistía que prepara Sánchez será una humillación para Felipe VI, como para millones de españoles. Pero no causemos más frustración a esos españoles diciéndoles el Rey puede parar lo que no supieron o no quisieron parar ellos con sus votos.

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