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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Feijóo ante el batallón de perplejos

Aunque el resultado de la sesión de investidura que arranca mañana sea fallido, es indispensable una actitud combativa y un discurso armado y preñado de la exigencia moral que exige el momento

Una miríada de españoles vilipendiados (más de once millones, según el 23-J) que han sido no solo abandonados sino insultados, menoscabados y despreciados por Sánchez tiene que acostarse mañana por la noche sabiendo que su voto ha servido para algo, que aquel caluroso 23 de julio hizo bien dejando la hamaca y la decepción para intentar sacudirse al peor Ejecutivo de la historia de la democracia. Esos españoles ya tienen claro a estas alturas que aquella papeleta ha sido insuficiente para cambiar de Gobierno y mandar, no al socialismo, sino al sanchismo, tan lejos como lo quieren González, Guerra, Leguina, Nicolás y miles de socialistas de creencias firmes en un partido que decía pugnar por la igualdad, no por el abuso de poder. Y, por eso, claman ahora porque un buen político, gallego, con sorna y principios, les ilusione con un discurso de Estado, con un proyecto de país que no solo tiene que pivotar sobre la derogación del sanchismo y la vuelta de las instituciones al respeto y al juego limpio. Hay mucho más en riesgo. España.

Feijóo hace lo que tiene que hacer. Acudir a su cita parlamentaria de mañana a cumplir con su deber: si faltaba algún tipo de señal, la ha recibido unas horas antes, ayer, cuando la gente desbordó al propio PP, harta de que entreguen su país a los que pagan con ignominia por destruirlo. «¿Desde cuándo es progresista que una casta política tenga bula para delinquir?», gritó Rajoy con razón desde la plaza de Felipe II, ese Rey que apostó por la capitalidad de Madrid.

Feijóo no es un líder de masas, pero las masas le han hecho líder. Ya tiene la fuerza popular. Pese a las trampas de Francina para que este mes antes de la investidura fuera interminable, pese a los argumentos de usar y tirar de la trompetería oficial sobre la pérdida de tiempo de estas sesiones probablemente abocadas al fracaso, pese a los bostezos que Sánchez denuncia, pese a todo eso, el ganador de las elecciones no puede dejar de pasar la oportunidad, brindada por el Rey cumpliendo su deber institucional, de contarle a ese batallón de perplejos que es hoy la mayoría de españoles, que otra gobernanza es posible para España.

Probablemente el PP tiene un problema de indefinición, que aboca en ocasiones a unos bandazos de difícil digestión para los electores de derecha. Feijóo sabe, y si tenía alguna duda los miles de españoles que ayer se echaron a las calles se lo afianzaron, que la etapa electoral ha pasado, que esto ya no va de hacer guiños a unos y a otros, de proponer esto y su contrario para atraer votos de la izquierda, de ser contemporizador para solo recibir desprecio. Ese cortejo ha pasado.

Pedro Sánchez ha montado una operación política contra la mitad de los españoles para disolver su país como pago para seguir en Moncloa. Por tanto, el PP debe dejar la pantalla anterior, con actitudes de mano tendida que ya han sido desairadas por tierra, mar y aire. Feijóo será ahora o no será. Aunque el resultado de la sesión de investidura que arranca mañana sea fallido, es indispensable una actitud combativa y un discurso armado y preñado de la exigencia moral que exige el momento. Nadie pide que el líder del PP, al que la izquierda intenta enterrar desde que llegó a Madrid, se convierta en otra persona que no es: se trata de un dirigente templado, moderado y educado, virtudes que adornan a muy pocos políticos en la España actual. Pero ninguno de esos atributos es incompatible con la firmeza de criterio y la defensa de los principios, por los que Madrid ayer se llenó de almas necesitadas de liderazgo, mientras la izquierda abandona la calle para defender sus privilegios y los de la casta nacionalista desde cómodos despachos y platós de televisión.

Habrá que escuchar al candidato a presidente muy atentamente. Tendrá que emocionar porque enfrente no hay solamente un rival al que quitarle los votos, enfrente hay alguien que va a derruir lo que es de todos, espoleado por delincuentes a los que se va a exonerar de toda responsabilidad penal. Con Feijóo el PP ha ganado 48 escaños respecto a su antecesor, Pablo Casado. El mérito es evidente. Pero la derecha no ha de quedarse esculpida en sal como la mujer de Lot. Sabemos que la gesta ha sido ciclópea pero no se ha culminado el Tourmalet.

Ayer, escuchar a Aznar y a Rajoy nos recordó que el PP tuvo a dos líderes que supieron arreglar los destrozos económicos del PSOE y que apostaron por la estabilidad institucional. Pero ahora la celada es otra, más comprometida: no vale con saber sumar y restar, ni con promesas de derogar el sanchismo. Hay un intangible, que es la ilusión, la pasión por un proyecto de país, brindar amparo a tantos españoles huérfanos de valores. Solo queda el Rey, con sus competencias limitadas constitucionalmente, y un gallego de Os Peares, que no puede dejar pasar la oportunidad de decirnos, desde la tribuna de un circo de Babel antes llamado Parlamento, que otra España es posible, que nadie es más que nadie en la España constitucional.