Un traidor
Sánchez se ha coronado como un traidor a sus obligaciones con un silencio insoportable ante un chantaje público sin precedentes
La democracia también es procedimiento y liturgia, como la estética acaba siendo siempre el preámbulo de la ética, y la certeza de que todo ello se lo ha saltado y pisoteado Sánchez con su silencio permite también sortear las fronteras del decoro, el respeto y la contención que deberían regir para referirse a un aspirante a gobernar una democracia como la española.
La negativa de Sánchez a aclarar si, para seguir siendo presidente, está dispuesto a conceder una amnistía y un referéndum, como le exigen sin tapujos todos los partidos imprescindibles para que él logre su investidura; le coloca en una situación inédita en España que no puede ser resuelta con las reflexiones habituales, pues todas ellas confieren un punto de dignidad a una postura que es, simplemente, inaceptable.
Porque si el policía se convierte en cómplice del ladrón, debatir sobre sus razones y justificaciones equivale a conferirles un punto de legitimidad que no existe en el caso que nos ocupa.
Sánchez es, simplemente, un traidor a su país, un infiltrado de las filas enemigas, un bon vivant sin escrúpulos que, al conocer el chantaje que una minoría enuncia en público, se atreve a atenderlo para ver qué parte del botín le beneficia personalmente, sin temor alguno a que eso provoque un cataclismo en la sociedad a la que, en teoría, se debe.
Por si había alguna duda de si el separatismo se conformaba con una obscena amnistía, que ya por sí sola es inaceptable si no va acompañada de una renuncia expresa a los comportamientos que impulsaron el delito, los portavoces de cada uno de los partidos ubicados en ese espacio destructivo lo dejaron claro: solo harán presidente a aquel que asuma su agenda.
La ligereza con que expresan su extorsión, que deja impune sus fines y sus medios y criminaliza la respuesta democrática del Estado, solo es factible por la existencia de un traidor dispuesto a aceptarla, en compañía de un orfeón mediático, jurídico y político capaz de disculpar y blanquear los peores abusos si con ello mantienen su estatus pensionado.
Pero no podemos ya engañarnos: Sánchez no ha desmentido su disposición a convertir la Moncloa en un zulo y la Presidencia del Gobierno en la víctima de un secuestro cuyo rescate, a plazos, él está dispuesto a abonar si con ello mantiene un poder intervenido por Puigdemont, Otegi, Junqueras y Ortúzar a la vez, verdaderos dueños de las llaves del calabozo en el que se confina voluntariamente el líder socialista.
La traición de Sánchez no es ya discutible, y no lo será ni en el caso de que finalmente sus tragaderas no sean suficientes para abonar las escandalosas facturas que ya le han girado. Porque su silencio insultante en el Parlamento le ha definido ya para siempre: va a intentar lo que no debería plantearse, y eso ya es una rendición insoportable en alguien que ha transformado su primera obligación, proteger la Constitución, en su primera moneda de cambio.