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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El gran gestor

Le rogaría a Sánchez que Garzón repitiera cargo y cartera en el futuro Gobierno de la Traición a España

A la tertulia de Camilo J. Cela, García Nieto, Medrano, Juan Pérez Creus y Manuel Fernández Sanz, Manolito el Pollero, acudía de cuando en cuando un poeta oscuro, un juglar sin poemario, un escritor sin libro, que se hacía llamar –porque así se llamaba–, Eusebio Merodio. Merodio siempre se hallaba en trance de terminar su primer libro de poemas y todos los componentes de la tertulia le animaban a ello. Todos conocían los primeros versos del poemario, que más o menos decían.

Mi corazón no es un viento enrabiado
​Es todo un huracán huracanado.

–Formidable, Merodio, formidable–, sentenciaba Cela mientras el resto se tragaba la risa.

Murió sin terminar el libro y se guardó medio minuto de silencio en su honor en el Café Gijón. Y a la misma tertulia, se presentaba cada viernes un poeta, Casimiro Argentona, que había abandonado a las musas gracias a un enchufe de altura para trabajar en un ministerio. Era envidiado, porque en aquellos tiempos, ingresar en el funcionariado concedía la seguridad económica para toda la vida. Pero Argentona no era un funcionario ejemplar. Llegaba tarde, se marchaba pronto y cada dos por tres, su jefe de negociado recibía la llamada de su mujer.

–Jefe, le llama la señora de Argentona–.

–Buenos días–

–Buenos días. Solo para comunicarle que mi marido no podrá acudir al trabajo. Tiene unas décimas, y el doctor le ha dicho que permanezca en cama–.

–Pues nada, que se cuide y que se ponga bueno.

Argentona era intocable por su amistad con el General García Valiño, pero se cansaron de sus ausencias. Y su jefe de negociado consultó con el director general. –Director, este tío es un caradura. Siempre está enfermo y cuando no, hace que trabaja dos horas y se larga. Pero si le ponemos de patitas en la calle, el general García Valiño puede montarnos un pollo–. –No lo despediremos, pero haremos uso del poder. Comuníquele mañana que ha sido destinado a la Delegación de Orense–. Y Argentona, que no tenía nada que ver con Orense, dimitió. Se contaba del gran Ramón Gómez de la Serna. Consiguió un puesto de funcionario. Su jefe directo le solicitó, a los diez días, un informe referente al estado de su sección. Ramón se lo resumió en un epigrama.

La sección está al corriente,
​Y los papeles en regla.
​Solo me queda pendiente
​Este bolo que me cuelga.

Y fue dignamente despedido.

Me informan, que el ministro en funciones –no es ironía–, de Consumo, Alberto Garzón lleva 128 días sin aparecer por el ministerio. Se ha llevado hasta la foto que inmortaliza su viaje de novios a Nueva Zelanda. Ni un papel sobre la mesa. La carpeta de asuntos pendientes, vacía. La carpeta de asuntos aprobados, vacía. La carpeta con dictámenes contra la carne y el jamón, vacía; la carpeta «insectos comestibles Agenda 2030», vacía. No ha dado con un palo al agua, y es un detalle que merece honda gratitud ciudadana. Un tonto activo, como Pachi López, o Yolanda Díaz o Irene Montero, siempre es peligroso. Pero un ministro panoli y sansirolé, vago y gandul como Garzón, es una bendición del Cielo. Hizo daño al principio, cuando se creyó que era importante, pero poco a poco supo interpretar su papel de ministro de cuota, y ha cumplido con la mayor brillantez en la inutilidad de cuantas inutilidades homínidas han competido en la España del siglo XXI.

Tengo la absoluta certeza de mi nula influencia en las decisiones de Sánchez. De tener una mínima capacidad de influir en sus arrogancias, le rogaría que Garzón repitiera cargo y cartera en el futuro Gobierno de la Traición a España. Su traición sería insignificante, como su capacidad gestora. Silenciosa irresponsabilidad.

Me informan de que no va a repetir. No deseo que abandone su abandonado cargo sin que reciba mi cordial enhorabuena y agradecimiento sincero. No ha hecho absolutamente nada. Y ese detalle, en los tiempos que corren, es muy digno de ser remunerado y correspondido con el elogio.

Gracias, campeón.